Mixtura de ancestros

Mixtura de ancestros

“No soy de aquí, ni soy de allá…” (Facundo Cabral)

Se me ocurre pensar que hubo un etrusco que se enamoró de una etrusca, o de una sabina, o tal vez de una muchacha del Lacio, y que de su prole fueron surgiendo generaciones que me precedieron y que acaso coincidieron con los primeros habitantes de la Roma de Rómulo y Remo. Y luego, tal vez expedicionarios fenicios o helenos dejaran su sello en la familia antes de que los ostrogodos invadieran la región; y entonces, por qué no pensar que alguno de estos mezcló su simiente con los otros para continuar la conformación de mis ancestros. O con lombardos o sarracenos, o aun con ciertos prisioneros de los miles que los césares traían desde todos los rincones de su imperio. Más tarde, algunos amoríos con bizantinos o con francos de Carlomagno podrían haber ido matizando el árbol familiar hasta llegar al nacimiento de mi abuelo Savino en los finales del siglo XIX, a orillas del Adriático en tiempos de Humberto Primo. Y algo parecido, o no, podría haber sido el origen de los antepasados de su esposa del mismo pueblo, mi abuela Francesca.

Y en la otra península, pienso en una pareja de celtas, o tal vez de íberos, que sin saberlo continuaron un árbol más que milenario en el que no descarto ciertas tempranas travesuras de mis ancestros sapiens con alguno de los neandertales de la caverna de al lado. Tal vez no haya faltado alguna pizca vascona, o de otros de los mentados expedicionarios fenicios o helenos, antes de que llegaran los visigodos sin ser invitados y dejaran también su impronta genealógica. Y en tiempos de armonía de cristianos con moros y sefaradíes, no sería de sorprender que algunos de mis mayores hubieran mezclado sangre con estos dos últimos a espaldas de la Inquisición (y por qué no con algún fraile, me apunta mi malicioso alter ego). Todo eso habría permitido que mucho después naciera el abuelo Olegario en un pueblito riojano por los años en que María Cristina era regenta en nombre de su hijo Alfonso XIII. El ascendiente familiar de mi abuela Matilde, su mujer, de una comarca vecina, podría derivar de historias del mismo tipo.

Lo cierto es que, dados los escasos capitales con que contaban, seguramente ninguno de los cuatro descendía ni tenía vínculos con las casas de Habsburgo, de Borbón ni de Saboya. Formaban dos matrimonios que hablaban diferentes idiomas, provenían de culturas parecidas pero distintas e ignoraban que algún día se conocerían gracias a sus hijos. Por separado, habrían de recalar con temores y con menos sueños que hambre en la promisoria Buenos Aires de principios del siglo XX, y allí, de los primeros nacería Miguel y de los segundos Agustina. Y en razón y por culpa de ellos se hizo posible la pequeña circunstancia de que, aquí y ahora, me encuentre yo delirando por escrito estas fantasías (o pavadas, vuelve a opinar mi alter ego).

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS