Nana mujer incansable que todo lo hacía castigada y sentada en silla de ruedas se movía, no sin tesón se dedicaba las mañanas a limpiar a su altura mientras por la tarde se entretenía con la costura. Sus nietos, once en total, muchas visitas la hacían a lo largo del día y ella lo agradecía sacando galletas de chocolate y vasos de leche. Se tomaba con café bien cargado para seguir las conversaciones de sus allegados. Pero alguna vez que otra el sueño la traspuso para despertarse más tarde con un disgusto. Pobre abuela Nana la tarde y la mañana se le pasaban volando y ella decía que no estaba llorando, pero lo que sí es cierto es que la vejez cansa la mente y no se es de todo consciente. Nana un día se levantó de su silla quería ver la terraza y para ello debía mover la cortina. Se dio un traspiés y se cayó, un hueso roto resonó.

Pobre Nana la cadera se había partido, otro hueso menos pensó y vaya con el olor, pobre Nana que en su cama piensa que ya no se levanta ni con una mesa. Después de un año en cama los médicos la aconsejaron andar Nana con miedo no se dejaba aconsejar, una fisio de los más normal, llegó para ayudar. A Nana consoló, ayudó y enseñó de nuevo a andar.

Hoy día Nana pasea por su casa, no sabía que volvería hacerlo, pero el reposo y la operación la hicieron perder peso. Nana cuida su jardín y saluda a su anciano vecino que le hace tilín, Nana vuelve a sonreír.

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