—¿De cuánto tiempo estamos hablando?

—Ocho meses a lo sumo. Cuando mucho un año.

—¿Y hay algo que se pueda hacer?

—Mira, mejor no te encariñes con él, no es algo que se pueda curar. No estamos hablando de una enfermedad, sino de malformaciones congénitas, además del Síndrome. Contra eso, no hay nada que hacer.

—Pero…

—Lo que te recomiendo es que lo lleves con un especialista, un genetista. Él te podrá orientar mejor que yo. Te puedo recomendar uno muy bueno, es de los mejores en su especialidad. Ha escrito muchos artículos para revistas extranjeras y publicado un par de libros. Por fortuna radica en esta ciudad y además es buen amigo mío. Dile que yo te recomendé. Le voy a echar una llamada para avisarle que lo vas a buscar.

—Gracias, lo buscaré, aunque …

—Ahora mejor vete a descansar. Tú y tu esposa han pasado las últimas horas en el infierno. Necesitan recobrar fuerzas para afrontar lo que viene. No será fácil, no te quiero engañar.

Entré a la habitación y la encontré impávida, como ida, queriendo huir de la realidad. Nuestras miradas se toparon y fue entonces cuando entendimos que todo era real. No había sido un mal sueño, una pesadilla. Me acerqué a ella y nos tomamos de la mano. Sin cruzar palabra nos fundimos en un abrazo y nuestras lágrimas se mezclaron mojando las blancas sábanas.

Abandonamos el hospital con una ilusión menos.

El cariotipo confirmó lo prescrito: Síndrome de Down, Tetralogía de Fallot.

El Síndrome no mata, las malformaciones congénitas sí.

—Su caso es de los que me intrigan —comentó el genetista—. Pareja jóven, sin antecedentes que avalen este posible evento. Sin vicios, alimentación sana, deportistas.

>>A lo largo de mi carrera he tratado muchos niños en este estado, y estoy escribiendo un libro en el cual planteo una posible correlación entre la mayoría de estos casos. Pero con ustedes se rompe todo mi esquema. Me encantaría documentarlo. ¿Me lo permiten?

—Si cree que sirva de algo —respondemos después de voltearnos a ver extrañados.

Al cabo de varios años, contra todo pronóstico, nuestro hijo había sobrevivido a cirugías y terapias, el doctor no. Quizá frustrado por no encontrar explicación a los designios Divinos, decidió quitarse la vida. ¡Qué irónico!

Hay cosas para las que la ciencia médica no tiene una respuesta. Nuestro hijo es una de ellas. Milagro, le llama la religión. Voluntad Divina, sin duda.

Nunca hice caso a la recomendación de mi amigo médico. Sí me encariñe con mi hijo, y mucho. No solo eso, me comprometí con él.

Luché cada noche y no permití que se lo llevara. ¡No me lo arrebatarás! No dudo de tu poder, pero yo tengo el arma más potente del universo: el amor de un padre. Te voy a demostrar la fuerza del amor. Sé muy bien que al final ganarás la guerra, pero ¡HOY NO! Esta batalla es mía. Y así cada nuevo día. Uno a la vez.

Han pasado ya muchos años. Pienso que él vino a enseñarme algo. Por fortuna soy de lento aprendizaje, y aún me resta mucho por aprender.

Él me ha enseñado a cambiar cosas materiales por sonrisas, a escuchar música escrita con latidos de un corazón. Que el verdadero valor de los ojos no está en usarlos para ver el exterior, sino para proyectar el alma. Que la verdadera función de la boca no es alimentar el cuerpo, sino repartir sonrisas. Que el cuerpo no sirve para sentir el mundo, sino para regalar abrazos. Que el verdadero placer no está en recibir, sino en dar. Que cuando el alma es tan noble, no necesita de un cuerpo para crecer. Que en este mundo aún se puede, ¡claro que se puede! … vivir de amor.

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