Caminaba por el centro de Viña. Fue cuando llegó a la esquina de Cuatro norte con Dos oriente que se despegó del suelo. Primero fueron los talones. Con extrañeza, sin asustarse aún, miró hacia sus pies sin entender qué pasaba. Los primeros segundos no pensó que algo sobrenatural pudiese estar ocurriendo; en cualquier momento debía revelarse una explicación evidente y lógica para lo que sucedía. Miró hacia abajo y movió los pies hacia adelante y hacia atrás, arrastrando las puntas por el suelo, como intentando adherirse a él nuevamente. Cinco segundos después, por más que se estirara, ya no podía alcanzarlo.

Así comenzó a ascender lentamente. Era el medio día de un día domingo. Sin poder creer lo que estaba pasando el pánico lo invadió. Al lugar, no muy transitado, se acercó una mujer de aproximadamente ochenta años caminando desde la vereda opuesta cuando ya se elevaba dos metros sobre el suelo.

-¡Señora, señora, llame a alguien, por favor! ¡Pida ayuda! – Gritó.

La señora lo miró horrorizada. Con movimientos lentos, pero lo más rápido que pudo, se dio media vuelta y se alejó sin mirar atrás.

– ¡Oiga, señora, por favor!

Nadie más pasó por aquel lugar en los siguientes cinco minutos. Fue cuando ya había alcanzado la altura del quinto piso del edificio de la esquina que alguien lo notó por la ventana. Era un niño de diez años.

– ¡Niño, pide ayuda, por favor! – intentó nuevamente.

-¡Ohhh! ¡Qué bacán! ¿cómo lo hace? – preguntó el niño.

– ¡Pide ayuda, por favor! Dile a tu mamá – volvió a gritar el hombre.

El niño corrió a la cocina a avisarle a su mamá.

– ¡Mamá, hay un hombre volando afuera de la ventana!

– Qué bueno, hijo, qué entretenido.

– Pero ven, mamá. Ven a verlo.

– Más rato, hijo.

Superaba la altura del edificio de doce pisos de la esquina, en el momento en que notó que un par de personas bajo él lo miraban fijamente.

Ese día caminaba al mall a encontrarse con su hijo y su esposa, de quien aún no se divorciaba, pero ya llevaban tres meses separados. Su mujer había vuelto a Valparaíso, de donde era oriunda y donde estaba la mayor parte de su familia. El hombre, la mujer y su hijo habían hecho toda su vida familiar en Santiago; ahora el hombre tenía que viajar a Valparaíso para poder ver a su hijo.

Finalmente, para las cuatro de la tarde, la ciudad entera se había enterado del extraño suceso: un padre y ex marido había ascendido por el aire hasta una altura de sesenta metros. Fue a las tres de la tarde que se detuvo. El sol de los últimos días de primavera quemaba su piel y lo deshidrataba; la brisa ya empezaba a causarle frío. La televisión y una multitud se agolpaban bajo él, y las personas, con sus propios ojos o ayudados de binoculares, miraban desde el centro de la ciudad, los edificios y cerros al hombre que flotaba.

Los primeros en llegar fueron los carabineros, sin poder hacer nada más allá de cerrar algunas calles donde se agolpaba la multitud. Luego llegaron los bomberos. El resultado fue el mismo, nada podían hacer para alcanzar a un hombre a sesenta metros de altura.

La prioridad fue llevarle agua, comida, bloqueador solar y abrigo. Los primeros intentos fracasaron estrepitosamente. Bomberos arrojaron cuerdas desde la azotea de los edificios cercanos; un paracaidista que intentó alcanzarlo quedó enredado en los cables eléctricos; algunos socorristas bajaron desde un helicóptero para rescatarlo sin poder moverlo del punto en que se suspendía.

Para las seis de la tarde, la ex mujer y el hijo, indignados por haber sido plantados, ya se habían enterado del suceso. Al ver, incrédulos, la imagen de su padre y ex marido por la televisión, fueron lo más rápido que pudieron al lugar en que se encontraba. Algunos periodistas los entrevistaron en el lugar, sin poder sonsacarles algo que sirviera de explicación a lo que ocurría. Los medios de comunicación repetían una y otra vez: hombre volador en Viña del mar, familia angustiada.

Fue con un pequeño globo aerostático que pudieron hacer llegar algunas cosas al pobre infeliz: agua, comida, abrigo, bloqueador, una bacinica.

La noticia se volvió internacional en pocas horas, y en dos días la incompetencia de las autoridades chilenas en el rescate había sido suplida por el apoyo internacional de diversos países, que en un tiempo record construyeron una torre para alcanzar al ser humano que volaba y resolver el enigma.

La torre, construida totalmente de acero, finalizaba en una plataforma en la cual el hombre flotaba a unos pocos centímetros de su superficie. Luego de que subieran algunos socorristas, médicos y científicos, permitieron que su ex mujer y su hijo subieran.

El niño puso una foto de él con su padre en una mesa frente a él. La imagen era del verano pasado en la casa de una tía en Nueva Aurora. En ella, se aprecia al padre atrás de su hijo, cruzando sus brazos por delante de él; el niño prefiere mirar al suelo, el peinado de partidura a un lado lo hace sentir imbécil. Al fondo, la bahía de Viña del mar.

– Papá, perdón –dijo el niño, mientras sollozaba

– Hijo, no es tu culpa. Fue una decisión mía y de tu mamá. Son problemas de adultos, no tienen nada que ver contigo.

– No, papá, eso no. Que tú volaras.

Esa noche el hombre despertó durante la madrugada y notó, aún medio dormido, que sus pies se habían posado sobre la plataforma. Unos segundos después, la sorpresa lo espabiló abruptamente. Mientras todos dormían, bajó de la torre sin que nadie lo notara.

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