Un sueño y una reprobación a la supersimetría en forma de opúsculo te trajeron a mis recuerdos; de los dos, fue el primero el que me llevó a ti.

El sueño ocurrió un domingo como hoy ―como el día que te visité―; en él entreví el criadero de truchas de tu familia, aquel en las afueras de Lima. Me pediste apartar una entre cientos para merendar, al hacerlo, me negaste la elegida. En su lugar sacaste una trucha enorme; el ejemplar perfecto. Esa también me la negaste, «es para mí», dijiste. Sacaste otra. De aquella manaba el brillo del arcoíris y la profusión de la vida; mis ojos le rehuyeron. Esa sí me la diste, no llegué a escuchar lo que decías al ponerla en mis brazos. Desperté.

Por eso fui a verte. Dormías.

Te creen loco, uno calmo; yo digo que sufres de irrealidad. En la universidad, al ingresar, apostamos a eso ¿recuerdas? Quién de los dos enloquecería primero: tú descifrando la física, o yo, repensando la filosofía. Es una victoria pírrica la tuya, me quebranta. De eso y más te hablaba mientras esperaba a tu lado, pues el practicante de enfermero se echó la siesta. En lugar de despertarlo ―me aseguraron que tú no lo harías― me puse a husmear en la habitación; tengo esa mala costumbre, me lo reprochabas siempre, aunque con cariño, como quién va dictando un precepto que no cree. No encontré mucho, más me sorprendió ver tus chucherías embaladas.

Aburrido, me paré a buscar al pasante, pero mis pies trastabillaron con el pisapapeles (¿pisapuertas?) del postigo de tu ropero. Era una ruma de folios de nuestras épocas de cachimbo, las habías usando antes como borrador. Desde la hendidura en el cierre de la bolsa plástica pude ver titulado «El Zahir» de Borges, de los cursos generales de la universidad; la tomé sin prisas. En el reverso de la fotocopia, y de tu puño y letra, leí:

Recurro a ti para rescatar ―será piadoso― de la eternidad estas memorias, estoy desvariando. No te quitaré mucho tiempo, no lo dispongo, tenlo por seguro.

La providencia me ha fallado, es mejor así, qué sean los hombres los hacedores de lo mundano; he guardado la imagen en un lugar secreto, caería en depredación al encontrarse. Estoy seguro de su exclusividad plena hacía ti, despreocúpate de los enfermeros jugando a iconoclastas, no lo hallarán jamás. Pero temo por las contingencias, los albures, mis indecisiones, por la tuyas. Debes darte prisa, te confío la foto, sólo a ti; ya sabes dónde encontrarla.[1] Espero que pagues con urgencia mi precaria lucidez.

Considéralo una delación; una carga si gustas, pues eres mi albacea. Nunca como un favor. Sé que hallarás la foto, quizás ahora la tengas en mano mientras leas este dislate. Cuando eso suceda, dale vuelta, en el margen inferior izquierdo y trazado con marcador lila ―me gusta lo cárdeno― encontrarás dos códigos en texto plano; accede a mi nube con el primero, asegúrate antes de usar un proxy (o penetra vía vpn) y descifra el contenido con el segundo, el más largo; prevenir nunca es redundar.

Sé que dispondrás bien de mis postulados, te lego la labor. Después de todo, troqué mi cordura por revelar la divinidad. Viértelo al latín del que tanto te jactas, le dará más solvencia.[2] Eso es todo.

Finalmente, casi con vergüenza te pido, y esta vez como amigo, lo que significa que puedes negarte si te he fastidiado ya lo suficiente, que des vuelta una vez más la foto: encontrarás a mi abuela. Ya la conoces, está sufriendo la vida como todos; quiero que le digas encarecidamente que la quiero. Yo ya no puedo, he sucumbido al sueño de los justos, me cuesta hilar ideas. Inexorablemente empiezo a sentirme lejano, siento la disociación de los “Yos” y veo las cosas como a través de un cristal sin bruñir; encontrarías esto harto fascinante, mas debo apresurarme. Pídele perdón de parte mía, me basta con que escuche, la respuesta es obvia; pídele por todos los días que estuve y no la aproveché, por todos los días que estaré y no podré, por arrebujarme en las noches, por remendar mis jirones, por la crianza dada y las alegrías robadas, por unir a la familia, y por el amor que siempre me dio y que yo, su nieto favorito, no supe darle.[3]

Notas

[1] Lo he encontrado. No puedo asegurar ser el destinatario correcto; tengo el texto y la foto y soy su amigo. No creo que haga falta más.
[2] No hablo latín sino griego. Y está bien, sabes que presumo de mi entendimiento de los maestros. Sobre el latín, siempre quise aprenderlo. En todo caso, traducir números y fórmulas matemáticas es un absurdo; me pierdo en este laberinto armonioso. Que haya más símbolos griegos que números quizá sea una burla hacía mí. Celebro su broma, ojalá lo sea.
[3] Esta es la parte más funesta, en la foto (adjuntada), los que aparecen son Miguel y vuestra familia. Los frecuento desde niño, reconozco a todos. Nunca oí ni supe de abuelos, capaz tú sepas de ellos.

*

Tal cual se lee la encontré, aunque la foto está rotulada en verde; así se las envío a su hermano, quien sabrá disponer de ellas. No lo volveré a ver, por lo que, desapasionadamente, le advierto de cuanto sé (truqué el contenido) en las «Notas».

En cuanto a mi. No tengo manera de entender esto. Parece mentira, pero, en un domingo de resurrección como hoy, me descoloca más la prosa de la carta que el mensaje en sí mismo. Miguel es directo, diríase hasta inmediato, no se anda con florituras. Casi parece más como si la carta la hubiese escrito yo. Eso me aterra. Me ha quitado el sueño. Cuando lo hago, olvido, luego empiezo a recordar; recordar memorias de otra persona: apellidos, teoremas, axiomas, operaciones, constantes, números perfectos… Ahora me da pavor la noche, me doy cuenta… Como acabe durmiendo, tal vez, el que despierte no sea yo, sea Miguel.

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