Recuerdo aquella noche en la cual mi abuela me despertó diciendo «Arriba Mati, vamos al hospital que nació Sofía». Mi hermanita, cuatro años menor, tan esperada por mi, se lleva mi recuerdo más añejo. De ahí en más, nuestro amor fue gigante y hasta hoy en día el reunirnos a conversar, con mate de por medio, desata cualquier nudo en mi pecho y remueve mis sentimientos haciendo que me sienta mejor.
Es que al crecer padecimos, en un mismo tiempo, por dos caminos distintos, de diferentes maneras y con opuestas atenciones, los golpes de la vida. El decaimiento anímico tras los intentos de suicidio de nuestras madre y posterior divorcio con nuestro padre fueron un colapso emocional para ambos.
Yo me llevé toda la atención. Ella quedó sola, con la piel al descubierto con solo 15 años. Tras de mi corrían para que deje de dañarme, para que acuda al psiquiatra y tome mi medicación. Mientras ella se drogaba a escondidas y tragaba sus lágrimas de dolor.
Parecía adrede que yo no dejara de llamar la atención. Intoxicación con psicofármacos y hospitalización, depresión severa, ataques físicos hacia mi mismo que quedaban en evidencia. Derivé en una clínica psiquiátrica, preguntando a mí alma ¿cómo llegue hasta aquí? Es que mi ser no había logrado dominar mi cabeza, y ésta se bloqueó, por cargas, por culpas y desató su ira insostenible. Y yo que me consideraba un ser de amor.
A todo esto, mi chiquita, mi hermanita, padecía ser la hija olvidada. La que todo podía sola, porque era fuerte, no como yo. Esa falsa atribución ajena e incluso propia, hicieron que su vida se desvirtuara, se encerrara y volviera solitaria. Ya no confiaba y sus fobias le impedían plena libertad de vivir. «¡Lo mucho que necesitaba un abrazo!», me contó meses después, y yo, en mi burbuja de proteccionismo y comodidad que en nada ayudaban a mi baja autoestima e intento de superación personal y mejora emocional.
La depresión muchas veces no se ve ni se puede prevenir por parte de terceros. No te sube la temperatura ni te produce hematomas. Es invisible a los ojos y a quién no está atento en ínfimos detalles, se le puede pasar de largo que su familiar/conocido/amigo está padeciéndola y, quizá, a punto de estallar.
Con una infancia impecable, creímos en una familia perfecta, crecimos en una casa tradicionalista, con abuelos extremo católicos, con buenas intenciones y deseos pero pocas demostraciones de afecto. Pero a su vez con la sensación que todo debía estar bien. Con ese «tiremos los problemas abajo de la alfombra», no preocupemos, no divulguemos.
Y si, mi hermana y yo vinimos para romper esquemas pre-establecidos. Tenemos un corazón lleno de amor y convicciones propias, diferentes a las bajadas de línea de toda nuestra vida pre juvenil. Por eso de alguna manera chocamos paredes. Pero por eso también hemos aprendido a escalarlas.
El miedo aparece, la ansiedad se quiere reír de nosotros, pero nuestro espíritu avanza, juntos a la distancia, hacia las metas que queramos. Porque para eso estamos, para ser felices amando, aceptando al otro pero siendo genuinos con nosotros.
Intentar, resistir, continuar. Unidos. La familia que se ama, es el amanecer del mundo.
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