UNA COBIJA PARA TONY

UNA COBIJA PARA TONY

Roberto

26/11/2018

Uña y mugre… Eso éramos, compartimos nuestra adolescencia, a veces… Con despreocupada indolencia y otras… Con el dramatismo que deben ustedes imaginar.

Tony, Zurdo, Nazi, Carnal, cualquiera de estos apelativos usaba para mi querido primo hermano quien tenía entre otras habilidades… Hay que decirlo… Bueno para el trompo, no aquel juguete artesanal, me refiero a las trompadas, golpes trancazos, etc. Que de chamacos comúnmente se valía uno, para arreglar las diferencias o defender el orgullo o la damisela en turno.

Era común que llegara de visita alguno de mis primos a casa de mi padrino y mi tía Mary, hermana de mi madre… Donde yo vivía, ese día llego Tony y salimos a la manzanera No. 2, así llamábamos al letrero de concreto que anunciaba y delimitaban algunos de los edificios de la unidad habitacional, que nos vio crecer. Acostumbrados a subirnos a él y sentarnos a platicar, fumar, empinarnos discretamente alguna chela (tomar cerveza), o bien servía de observatorio para ver pasar a las chicas.

En las áreas de jardín existían figuras de concreto que simulaban el contorno de animales, un pez, un oso, y otros que no recuerdo… Ese pez de concreto, Tony había elegido y decidido ha convertirlo en dormitorio por lo menos esa noche.

Ese día se había enfrentado a su Padre… Mi tío Toño, por múltiples motivos… “Que no asistes a la escuela”, “que andas de vago”, “que no atiendes tu casa”… Termino la discusión con un golpe en la cara y un… ¡te vas de la casa!

Y ahí estábamos… En el pez, ya anochecía, él relatando con sentimiento y coraje… Y yo… Con total empatía, que solo en esos años nos da la vida.

La impotencia me invadía… A mi parecer… Aquello era una acción cobarde y alevosa hacia un adolescente que Intentaba con los medios a su alcance y… Quizá sin saberlo… encontrar un sitio en su entorno, ”ser el mismo”… Sin prototipos, sin encasillar, teniendo como guía, la endeble seguridad de su propia personalidad.

Intente convencerlo de que viniera a la casa, pero su negativa al parecer era inquebrantable.

—¡Te vas a congelar, —¡le dije

—Cuando menos… — te traigo unas cobijas

Estuvo de acuerdo… Esa complicidad tan espontánea siempre nos acompañó en diversas correrías de nuestra juventud.

Intentando no ser descubierto, tome un par de cobijas de la casa y me dirigí con ellas hacia nuestro pez. No había llegado aún, cuando escuche a mis espaldas

—¡Adonde vas con eso!

Era mi padrino… Deportista de toda la vida, su estatura y corpulencia imponía con su sola presencia.

Me había descubierto… Esperó a que saliera de la casa… Y me siguió.

No tuve alternativa… Explique la situación y llegamos con Tony, su rebeldía y resistencia minada por el sentimiento de rechazo recién vivido, lo tenía vulnerable… No tuvo dificultad en convencerlo, sin discursos o reclamos y con solo … «vamos a la casa hijo».

Ya relataré las que hicimos o dejamos de hacer… Pero este pequeño episodio quedó en nuestras vidas.

No fue por una noche… Fueron varios años que dormimos bajo el mismo techo y cobijados al calor de esa dulce frazada llamada familia.


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