Sin atreverme a dar un paso más mis pies anclados al suelo se detienen junto a la puerta.
Él
— ¡Joder! ¿Qué haces? Maldita sea, me has dado un susto de muerte, ¿te has tomado la pastilla?
— ¡Sí! Me la tomé. Voy al salón a leer un rato — le digo, sintiéndome culpable—.
En la oscuridad contraigo micuerpo en un ovillo volviéndome más y más pequeña; elpensamiento va y viene junto a los escasos recuerdos que sin dar tregua me siguen atormentando, encogida espero hasta que suena la alarma del móvil.
Ya en laduchadejo que el aguacaiga en cascada sobre mi cabeza, hasta que Eduardo irrumpe en el baño y también en el escaso alivio que la tibia agua me proporciona.
— ¡Vaya nochecita!, otra vez olvidaste tomar la pastilla
—No creas. Me la tomé.
—Así no podemos seguir. ¡Me has escuchado! Sal de la ducha y llama al médico que te las cambie, ¡Me has oído!, sal de la ducha y llama.
— ¡Sí! Sí, pero son las siete de la mañana. Tranquilo, luego llamo.
Eduardo, sin darsepor satisfecho, sigue martilleando. ¡Claro!, ahora tú te meterás en la cama y dormirás a pierna suelta, por eso no duermes durante la noche, te pasas el día sin hacer nada tirada en la cama. Mientras que yo todo es currar, aguantando a los gilipollas de los clientes. Pon solución a esto o la pondré yo.
Él sigue taladrando mis oídos con sus reproches mientras que sentado como siempre frente al televisor espera a que prepare su desayuno. ¡Se me está haciendo tarde!, ¿Qué le pasa a ese café? Seguro que no le has puesto agua en la cafetera, ¡serás inútil! Mira déjalo, no puedo perder más tiempo, ya tomaré algo en el bar.
Eduardo, sale de casa con un sonoro portazo; aliviada me sirvo un gran tazón de leche que tiño con el café que para entonces se desborda por la vieja cafetera.Sonrío mientras me caliento las manos con el tazón, sentada en el salón frente al televisor, con el cuerpo destemplado.
En la estantería está la foto de mi padre tumbada boca abajo.Al verlarecuerdo que unos meses atrás aún tenía la delicadeza de exponerla cuando, de uvas a peras, él venía de visita.
El pensamiento retrocede en eltiempo y vuelvo a verme de niña, veo unas bragas de encaje negras. Tu madre es una puta, le oigo y ondea las bragas al viento, son bragas de puta. Tú nunca te pondrás algo como esto, porque tú eres mi novia y mi novia no se puede poner esas cosas, ni pintarse como la puta de tu madre y sujetandocon fuerza mi brazo repetía. Eres mi novia.
Tras el molesto papeleo cruzo el jardín de la residencia arrastrando la silla de ruedas de mi padre, durante todo el trayecto reina el silencio; ya en casa le siento frente a mí preguntando cuanto necesito saber. Él, sigue en silenciocon la cabeza agachada y la mirada perdida,le insisto, le suplico confundida llegando a dudar de mis recuerdos.
— ¿Qué coño haces? ¿No ves cómo has puesto el suelo?
Le miro aturdida y me pregunto si acaso no ha visto el cuerpo de mi padre en el salón.
— ¡Que te levantes!, siempre ganduleando. Grita mientras me zarandea tirando de mi pelo. Con el cenicero aun en mi mano, le golpeo con todas mis fuerzas. Se desploma en el suelo, la sangre siempre le ha impresionado, ¡la suya claro!, me dirijo a la cocina del primer cajón saco un cuchillo de trinchar carne, siempre los tengo muy afilados, a Eduardo le gusta que corten bien, cuando me doy la vuelta lo veo frente a mí, le clavado el cuchillo en el vientre.
—Me sobresalté cuando puso sus manos en mi cuello, pensé que seguía en el salón inconsciente, tuve miedo y le apuñale; le explicó al policía, no sé quién puede haberles avisado, deben haber sido los vecinos alarmados por tanto jaleo.
—Ha tenido usted suerte señora, debió haberlo denunciado y su padre seguiría con vida. Usted podría haber corrido su misma suerte.
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