Mi familia es lo peor que Plutón ha traído a la tierra. No sé qué es lo que siento ahora, es algo inefable e indiscutible para cualquier persona. Les voy a contar la horripilante, escalofriante y cruel historia de mi familia. Entiendo que muchos no me quieran visitar, entiendo que les de miedo tan siquiera mirarme a los ojos, y voy a comprender cualquier insulto que le quieran dedicar a mi familia, solo quiero que sepan que yo no actué mal, no sabía nada, no fui cómplice, no los ayudé, no hice nada, estoy tan asombrado como ustedes lo estarán al terminar de leer mi historia.
Todo comenzó en Hamilton, la capital de los Estados Unificados en el año 1830. Mi bisabuelo, Drake Thompson, más conocido con el seudónimo de “Abuelo Drake” (debido a sus tempranas canas), era dueño de las empresas de textiles más reconocidas y lucrativas de todo Hamilton. Él, junto a mi bisabuela, Melanie Thompson, eran los más ricos de toda la cuidad. El presidente de los Estados Unificados debía consultar primero con mis bisabuelos antes de tomar cualquier decisión para la cuidad. Eran prácticamente los dueños de Hamilton.
La boda de mi abuelo, Jason Thompson, con mi abuela, Siena Thompson, fue la más grande que tuvo la ciudad. Fueron más de 1.000 invitados, de todos los estados; la comida alcanzó hasta para darle a los más pobres antes de que se desperdiciara. La boda estuvo en boca de todos durante más de una semana. En esa boda mi familia conoció a un brujo, quien por su poder de persuasión, encantó a toda mi familia. Este brujo le dijo a mi familia que toda su fortuna iba a caer, debido a que ellos iban a morir rápidamente, para explicar esta hipótesis puso el ejemplo del cabello de mi bisabuelo Drake. Con esto convenció a mi familia de comprarle unos supuestos menjurjes y unas recetas que hacían que la edad pasara más lento de lo normal. El brujo le dio a mi bisabuela unas botellas y unos pergaminos antiguos, donde aparecía escrito cómo hacer unas pócimas para la juventud.
En Hamilton, una ciudad pequeña, la cifra de los desaparecidos empezó a aumentar. Los desaparecidos eran de jóvenes entre los 14 y los 24 años. La policía no podía resolver ningún caso, todas estas desapariciones se hacían en horas de la noche o a inicios de la madrugada, cuando muchos de estos jóvenes se dirigían al colegio. El 26 de diciembre del año 1832 un joven interrumpe el descanso de los policías de Hamilton. El joven estaba cubierto de sangre, no podía caminar normalmente, estaba agitado, le faltaba el aire y no tenía conciencia de dónde estaba. Los policías le dieron un vaso con agua y lo calmaron para que él pudiera contar lo que le había pasado. Aquel joven explicó que en la mansión de los Thompson se estaba llevando a cabo la peor masacre de la historia. Este joven dijo que los responsables de las desapariciones de los chicos de Hamilton eran los Thompson, quienes estaban secuestrando a estos jóvenes para sus demoníacas prácticas. Mi familia era la más querida de Hamilton, creo que por eso algunos policías que escucharon el relato del joven no le creyeron, pero hubo un valiente policía, que era el comandante de la estación de policía, que si creyó. Este policía logró que un juez le diera una orden para ingresar a la mansión Thompson. Los policías buscaron por toda la mansión pero no encontraron la bodega de la que hablaba el chico, así que los policías no siguieron buscando. Por alguna razón ilógica, el joven no fue llevado ese día a la mansión, él sabia donde quedaba la bodega. El joven seguía insistiendo en que los Thompson eran los culpables, así que el comandante, luego de semanas de lucha por otra orden del juez, pudo volver a entrar a la mansión Thompson, pero esta vez fue acompañado por un gran número de policías, por médicos y por el joven. Lo que encontraron en la bodega fue lo peor del mundo: encontraron huesos pequeños y decenas de charcos de sangre; el aire estaba infectado; habían jóvenes cadáveres en descomposición; hallaron los más innovadores instrumentos médicos para cirugías, estos llenos de sangre y de tiras de cabellos; encontraron camas de madera con manillas de metal; en dos neveras se hallaban más de 50 kilos de carne humana y más de 90 litros de sangre.
Según el testimonio de mi familia, se comían la carne de los jóvenes más fuertes para tener esa misma fuerza; bebían la sangre de las jóvenes vírgenes, esto con el fin de purificarse y así rejuvenecer; se comían los corazones de los chicos para poder tener más tiempo de vida.
Mi familia, gracias a su gran riqueza (desafortunadamente), salieron impunes de estos delitos, pero tuvieron que irse de Estados Unificados. Nadie en Hamilton los volvió a ver.
Mi padre, Alfred Thompson, y mi madre, Marie Thompson, nunca me dijeron nada de estos hechos. Cada vez que preguntaba por mis abuelos o por mi familia me decían que ya estaban muertos y que no valía la pena preguntar más por ellos, nunca me explicaban en qué trabajaron o cómo murieron.
Descubrí esto gracias a que en la universidad donde estudio me pidieran hacer un árbol genealógico de mi familia. Desde que me decidí a exponer los delitos, ninguno de mis amigos me volvió a dirigir la palabra, nadie en la universidad se quiere hacer a mi lado. No sé cómo se enteraron en la zona residencial donde vivo, y por esto mis vecinos me tienen miedo, hasta la policía ha llegado a mi casa para verificar que todo marche normal.
Solo tengo esta foto de mis bisabuelos, es lo único que tengo de ellos, no tengo fotografías de mis abuelos. Parecen una familia feliz y unida, y si, eran felices, pero cometiendo actos inhumanos.
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