Caballotauro, guíanos

Caballotauro, guíanos

Javier de Torres

27/10/2018

Hay muchos tipos de daño que puede hacer el porno pero uno de los peores es el que hace el porno de incesto. Empiezas a plantearte cosas que no te habías planteado nunca y algo dentro de ti te dice que eso está mal. Ah, mira mi primo no está tan mal. Uf, mi padre se ve bien en esa camisa de leñador. Empecé a tener unos sueños muy extraños, ¡no queráis saber! Estaba en la bañera con mi padre y yo pensaba «No, esto está mal, no debería, no lo voy a hacer», pero era muy atractivo y acercó su boca a mis ojos: vi con claridad los movimientos de sus labios rajados al respirar, los cortos pelos rasposos que crecían en sus mejillas y bajo la nariz. Hubo alguien que folló con su prima y tuvieron un hijo. Se llamaba Felipe el Feo, creo. ¿Qué sucedería -pregunto yo- si yo tengo un hijo con mi padre? Sería mi hijo-hermano. Mi hermanhijo. Tendría la mandíbula muy salida, ¡como un caballo!, bizco como un demonio, con una pata más larga que otra y su abuela sería la esposa de su padre. Probablemente también sería retrasado.

No estoy sugiriendo al escribir esto que yo acabase por tirarme a mi padre. Pero sí que pensé en hacerlo. Es decir, vamos, seamos honestos: ¿tú lo harías? Tu padre, tu madre, tu primo, tu prima. ¿Es el incesto realmente tan malo? Una mujer quiere a un hombre, un hombre quiere a una mujer. Resulta que un hombre quiere a un hombre, que un blanco quiere a una negra y que un padre quiere a su hija -en ese plan, se entiende. El amor no entiende de fronteras. Todo el mundo se puede amar entre sí. Ya no digamos tener hijos, porque eso ya es biológico y tiene menos que ver con el amor. Tú puedes amar a quien quieras pero no puedes tener hijos con un caballo o un bebé de seis meses, por mucho que los quieras.

Lo confieso, me follé un caballo. Y, no debería haber sucedido así, pero tuvimos un hijo. Lo llamé el Caballotauro, como el Minotauro aquel que oí una vez. El Caballotauro era una criatura hermosa, pero extraña. Era todo humano, excepto la cabeza y el pene, que eran de caballo. Lo llamaron monstruo: insensibles, intolerantes. Él era un niño como cualquier otro. No podría aprender jamás ni a leer como un ser humano ni a saltar vallas como un caballo, pero sí podría saltar vallas como un humano y leer como un caballo.

El Caballotauro se convirtió en el símbolo de una nueva revolución como no la había habido en décadas. Los seres humanos decidieron deshacerse de las cadenas que les obligaban a mantener relaciones sexuales con miembros de su propia especie y el amor se repartió por todo el ecosistema. En las redes sociales, en las noticias, en los periódicos, se empezaron a ver fotos de las consecuencias que trajo la libertad: plantatauros, cerdotauros, mosquitauros, altavoztauros. A lo largo y ancho de todo el globo empezaron a darse híbridos entre la especie humana y el resto. Después, esos híbridos se empezaron a hibridar con seres de otras especies. Así, los seres humanos logramos dotar a la naturaleza de la diversidad que le habíamos arrebatado con nuestros sucios crímenes antiecologistas.

Sin embargo, no todo era alegría y fiesta en este nuevo paraíso. Hubo algunos seres humanos que se hacían llamar ‘puros’ (los que habían cometido el egoísmo de no querer compartir sus genes con las otras especies) que proclamaban que estas nuevas formas de vidas tan respetables como cualquier otra no eran sino ‘un producto de la aberración y de la degradación del hombre hasta los extremos de la posibilidad’. Esto es duro de decir, todavía no puedo hablar de esto sin que una lágrima me asome al ojo, pero debo decirlo: hubo una guerra.

(El Caballotauro, disfrutando su último baño de espuma antes de partir a la guerra)

En la guerra murió mucha gente. No hay manera de saber cuánta porque todos los estadísticos decían que de cinco veces que había podido haber sido apocalipsis ya iban cuatro que no lo habían sido y todos estaban ocupados orgiando y bebiendo y latigándose después para poder entrar en el Paraíso. En la guerra, digo, murió mucha gente. Todos fueron a la guerra: hombres, mujeres, niños, niñas, plantatauros, plantatauras, altavoztauros, altavoztauras. Todos lucharon por sus ideales. Las armas de destrucción masiva se habían acabado hacía unas décadas, así que fue más bien con palos, piedras y lo que pillaban por los escombros. Bueno; no solo murió mucha gente sino que murieron casi todos. Entre los supervivientes, estaba yo. Supervivientes en un mundo asolado por la desolación que causa la guerra entre primos lejanos.

Por todo esto que imaginé me abstuve de no utilizar el condón aquella noche en el establo. Ahora tengo una familia y todos somos muy felices. Mi esposo es fantástico y tengo dos hijos, un hijo y una hija, los dos muy rubitos, con los ojos negros, muy guapos, muy listos, muy buenos. Sacan buenas notas en matemáticas. Dios bendiga América.

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