Cuando uno piensa en familia lo primero que se viene a la mente es la palabra unión, apoyo, incondicional, etc. «La sangre es más densa que el agua «, o al menos algo así decía mi abuela.

Bien, no creo que sea nada más que una vil mentira. Esa idea que te inculcan desde niños de la familia perfecta no existe. No son más personas que comparten genes, y que en la mayoría de casos viven juntas. Como un compañero de piso.

-Andrea, baja de una maldita vez-escuché que mi padre llamaba.

Yo no quería bajar. Sabía como iba a terminar todo esto . Yo en la cama de alguien a quién le importo un demonio solamente para que Eduardo no vaya a la cárcel aunque lo merezca.

-Ya voy- contesté.

Empecé a alistarme . Un poco de maquillaje, ropa interior que combine y perfume. Veinte años y soy una zorra hecha y derecha.

-Andrea, este es el señor Torres. Colega mío en el negocio de hoteles, treinta y cinco años, y un joven realmente agradable.-dijo papá.

Levanté la mirada. No podía decirse que el señor Torres fuera particularmente simpático, pero negar que tenía una mirada penetrante sería imposible. Se quedó observándome e hizo una especie de inclinación.

-Bien. ¿Lo llevo al sótano o tienen algo más que discutir? -pregunté en el tono más monótono que pude.

Eduardo me miró con desaprobación y respondió:

-No Andrea, así que sé amable con nuestro invitado.

Le indiqué la entrada hacia el sótano y bajamos. Este era el lugar en dónde me acostaba con los amigos de papá. Era una habitación completamente blanca, tanto las paredes como los muebles, y él se quedó observándola unos segundos.

Me senté en la cama y me quité la bata, y de esa forma obtuve su atención. Me miró de arriba a abajo, pero por alguna extraña razón no percibí esa mirada que todos los demás tenían llegados a este punto como si yo fuera un objeto que quisieran poseer.

-¿Podemos hablar primero?-me preguntó.

Su voz era profunda y más grave de lo que esperaba. Cómo que no encajaba con su cuerpo, aunque bueno, tampoco encajaba que yo estuviera en ropa interior y el hombre quisiera hablar.

-¿Hablar de qué exactamente?-contesté intrigada.

-Quiero entender porqué haces esto.

-Porque mi padre me lo pide.- contesté de forma automática.

Empezó a caminar alrededor de toda la habitación, como si estuviera analizándome.

-Así que lo haces porque tu padre te lo pide. O te lo ordena, querrás decir. Perdón, es que no logró entender. ¿Acaso disfrutas esto?.

Estaba sorprendida e incrédula.

-¿Me está preguntando si me gusta acostarme con hombres que en ocasiones me doblan la edad y les importa un demonio si lo hacen bien, o mínimo que no me duela?- contesté.

-Exactamente eso te estoy preguntando. -afirmó.

-No, señor Torres. No me gusta. Pero es lo que debo hacer por la familia. Ese es el trato que papá hizo con sus socios.- contesté, molesta.

-No parece que te quiera mucho, dejar que su hija sea una prostituta a cambio de silencio…no habla muy bien de su amor de padre.- me dijo titubeante.

Lo miré con desdén.

-¿Y en qué momento dije que me quisiera?- le pregunté.

Se sentó a mi lado, agarró un mechón de mi cabello y dijo:

-Se supone que las familias se quieren, están unidas y toda la cosa.

-Sí, y también que Dios existe y en la Navidad entra por la chimenea un señor con regalos. – coloqué los ojos en blanco.

Se paró de nuevo.

-Entonces eres atea. ¿Por qué?.

-No tengo nada en lo que creer, y sería una broma cruel que hubiera un ser superior y permitiera que hayan vidas como la mía.

-Siempre he creído que la vida es una broma cruel, por eso trato de no tomarme las cosas tan enserio- contestó despreocupado.

-Bien por usted.

Nos quedamos callados como cinco minutos, y yo estaba intentando entender que estaba pasando. Finalmente, habló.

-No voy a tener sexo contigo. No quieres hacerlo.

-¿Y eso importa?- pregunté.

-A la mayoría de hombres no, pero a mí sí. Soy demasiado orgulloso como para aceptar que una mujer no disfrute estando conmigo.- dijo indiferente.

Una parte de mi se alegró por unos segundos hasta que recordé que Eduardo me mataría. Está es mi contribución a la familia y no puedo fallar.

-Señor Torres, tenemos que hacerlo. Lamento si le di esa impre…-comencé a decir, cuando me interrumpió.

-No Andrea no quieres. Solamente estás preocupada por la reacción de tu padre. Le diré que lo hicimos, tranquila. Al parecer, eres increíblemente leal a ese bastardo.

Lealtad. Es una palabra interesante. Sí, quizás lo sea. Mi abuela siempre me enseñó eso. Puede no haber amor, pero la familia siempre debe ser lo primero. Sé que papá es un imbécil, pero al menos no me abandonó.

-Tengo que serlo, señor. Aunque se lo agradezco. Para ser un amigo de mi padre, es más decente de lo que esperaba.

-No, no te confundas. Soy socio de tu padre. Él no tiene amigos, y si soy franco, yo tampoco. -me dijo.

Miré hacia otro lado, no sabía que iba a pasar las próximas tres horas. Normalmente en este punto yo soy más una espectadora de mi propio cuerpo y lo coloco en forma automática. Después de un rato, el señor Torres habló.

-Me gustaría tener una esposa tan leal como tú.-dijo.

-Quizás la encuentre.-le contesté, un poco confundida.

Me miró fijamente y dijo:

-Sí, creo que lo hice.

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