VIERNES
Faltaban tres días para que terminaran las vacaciones; a los doce años, tres días pueden parecer una semana larga (eso dijo mi mamá). Así que me tumbé en la cama para pasar el tiempo y evadir las tareas pendientes; mi hermana hacía lo mismo en la cama que estaba sobre la mía. ¿Qué más hacíamos?, ya había pasado la hora de las caricaturas y la merienda.
Me estiré y empujé con mis pies la ropa que debía empacar, mientras enlazaba las manos detrás de mi cabeza; pero aún podía ver sesgadamente la maleta vacía sobre el sillón, entonces le di la espalda. Eran mis vacaciones y me las tomaba en serio; el domingo por la tarde cuando mi mamá venga por nosotras; mi hermana y yo atiborraremos las cosas en la maleta, exceptuando la ropa nueva que la abuela nos obsequió, que ya estaba bien empacada en las mochilas de cada una; correremos hasta el carro recortando camino al deslizarnos por la barandilla; estaremos en casa justo a tiempo para preparar las crispetas y ver la trilogía de Volver al futuro. Tenía todo fríamente calculado en alguna parte de mi cabeza, mientras soñaba despierta; hasta que un grito de mi abuela me sacó de mis cavilaciones.
—¡Dios mío no! —Creo que era lo que decía.
Mi hermana saltó de la cama y cayó de pie como un gato, lo aprendió jugando a los Flashman; le gustaba hacer de Lou, la guerrera rosada; sí, es infantil, en cambio yo, era Sara, la amarilla; ese sí es un personaje maduro.
Cuando llegamos a la sala, mi abuela estaba al teléfono: tenía la cara roja, lloraba, y parecía que le daba un ataque.
—¡Mataron a su hermano! —le dijo a mi tía Alejandra, quien le quitó el teléfono.
Sentí un pellizco en el pecho y pensé en mis tíos: Rubén, David y Juan hasta que mi tía después de unos segundos confirmó quién era: Santiago; esta vez sentí un hueco en el estómago, me sentí mal por el alivio que me causaba saber que no era ninguno de los tres anteriores; sólo lo había visto un par de veces y estaba muy pequeña. Mi hermana no lo recordaba, es dos años menor que yo.
—¿Cuál era Santiago? —les preguntó—. Mi tía le frunció el ceño, y mi abuela fue a buscar el álbum familiar.
Llegaron mis otros tíos y mi mamá; los detalles de los hechos, se los reservaron. La abuela continuaba mostrándonos las fotos, como si recordándolo lo reviviera.
—¿Recuerdan? —nos preguntó—, hace cinco años para navidad él le trajo a Camila un osito de felpa, el que todavía tienes, y a Sofía, una muñeca. —Mi hermana no lo pudo recordar, pero fingió que sí.
Nadie más lloró, sólo se miraban entre ellos, la situación era incómoda; compadecía a mi viejita, ¡no me salía ni una lágrima!, sólo sentí un nudo en la garganta y frío en mi espalda. Me hubiera gustado llorar, para que ella supiera que la acompañaba en su dolor. Santiago había sido la oveja negra de la familia, pero era su ovejita.
SÁBADO
No sé por qué, pero me parecía que el tiempo se iba volando. En la familia nadie conoció bien a mi tío, aun así, la funeraria se llenó de los amigos de sus amigos, quienes vinieron no más que a gorrear tinto, y a mí no me dieron ni un sorbo. No quise ver a mi tío, mi mamá nos dijo que no lo viéramos o tendríamos pesadillas; pero él sí me miraba desde la foto que pusieron sobre una corona de rosas blancas; sus ojos negros y fríos parecían juzgarme: «¿Por qué no estás triste?, yo te regalé el osito con el que aún duermes» ¡Sentí escalofríos!
En la tienda de la esquina, mis tíos se embriagaban por la muerte del hermano (y porque era sábado); en la sala de espera, mis primos refunfuñaban, ya que hoy deberíamos estar en el cine y, mañana el día del sepulcro, en la piscina.
—¡Ay!, ¿por qué mi tío se tenía que morir ayer? —Mi tía le dio un pellizco al bocón.
Yo no dije nada, pues al cine, podríamos ir cualquier día…; aunque a ver una película diferente, porque la escogida salía hoy de cartelera; lo mismo a la piscina, además, Volver al futuro… la he visto unas veinte veces.
Todos dijeron haber soñado lo mismo, que ya había terminado el sepulcro, yo también lo soñé; pero la abuela…, ella soñó que mi tío volvía a casa diciendo que todo fue un malentendido. Parece que todos, excepto mi abuela, queríamos que terminara pronto, para así continuar con nuestras egoístas vidas.
DOMINGO
Mi tío David, el menor, nos llevó a mi hermana, mis primos y a mí al parque que estaba enfrente del cementerio; subimos al carrusel y nos impulsó muy fuerte, tal vez para que no se lo volviéramos a pedir. Veía pasar en círculo una y otra vez: los árboles, la carretera, la iglesia y… el cementerio como en un visor de diapositivas 3D; frené el carrusel con mis pies y me fui sin que mi tío se diera cuenta.
Me escabullí entre la gente, era una mancha azul entre la multitud de negro camino al sepulcro (era la ropa más oscura que tenía); y de lejos los observé. Abrieron el ataúd para que todos lo vieran por última vez; no pude evitar mirarlo, pensé que sentiría miedo, pero no fue así; él parecía un muñeco: los algodones en su nariz, el traje viejo, sus pies descalzos, el maquillaje que disimulaba su piel grisácea; en nada se parecía al hombre de la foto, si no fuera por el lunar en su barbilla, juraría que no era mi tío. Mi abuela lloraba inconsolable; cerraron el ataúd y lo metieron con brusquedad en la tumba; pusieron la lápida y empezaron a sellarla con cemento; en ese momento sentí que mis ojos se nublaban por unas lágrimas involuntarias…
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