LA ESCUELITA DOMINICAL

LA ESCUELITA DOMINICAL

Nunca se nos dejó levantar más de las nueve. Y eso en invierno, porque en verano, ¡ah no mijita! a las ocho todo el mundo desayunado, lavado y peinado. Cambiada de bombachita y la ropita de dormir doblada bajo la almohada.

El café con leche espumoso y tibio nos esperaba a mis hermanas y a mi , sobre la inmensa mesa de madera, testigo de las pastas amasadas en casa y las pizzas de los viernes de tarde.

Yo sé bien que mi madre se desvelaba pensando en que ocupar a todas esas mujercitas para que no saliéramos ociosas y de malos pensamientos.

Mi nombre es Ana, Anita, y soy la mayor de todas. La más difícil también. Lamentablemente resulté ser muy contestadora y desobediente. Desordenada, desprolija y algo precoz.

En cambio las otras tres eran un primor.

La escuela primaria quedaba a pocas cuadras de casa.

Vivíamos en un barrio obrero precioso, con casitas blancas de techo de tejas y ventanas de madera. Grandes patios con árboles frutales y flores que mi madre cuidaba con tezón.

Yo formaba parte de la banda de mi salón.

Nos dedicábamos a molestar a los niños en la hora del recreo. Esas travesuras consistían en tocar su hombro y salir corriendo, o sacarles la lengua, o corretear como locas por el patio .

Un día Vera, una de mis compañeras de clase, les comentó a las demás niñas de la banda que el sábado iría a la clase de bordado.

Eso me intrigó bastante, así que luego de ponerme al tanto de que se trataba el asunto, le dije a mi padre si podía ir a aprender a bordar.

Me miró intrigado y rascándose la barbilla. Luego sacudió la cabeza como diciendo -¡ésta niña que va a bordar! , pero aceptó que fuera, así que de inmediato fué a hablar con la dueña del taller, doña Evelina, y la señora le dijo que podíamos ir, pero, con la condición de asistir cada domingo a la escuela dominical.

Mi padre estuvo de acuerdo. Así que los sábados a las cuatro y los domingos de mañana teníamos actividad mis hermanas y yo.

Nunca me salió el punto cruz. Jamás.

Para mi era algo imposible de realizar.

En cambio el punto atrás, el más fácil de todos, ah ese si era lo mío.

Bordé encantadores mantelitos blancos llenos de florecitas rojas y amarillas, carpetitas con conejitos azules, fundas con frutas de todos colores, blusitas , en fin, infinidad de cosas que luego se exponían en Navidad, el día de la fiesta que realizábamos en la escuelita.

Las clases de bordado fueron muy bonitas. Pero lo que más llamó mi atención fué el evangelio.

¡ Cuántas cosas nos enseñaban las maestras! . La vida del Señor Jesús, de sus discípulos, la fé en Dios, el portarnos bien, no mentir, no pelear, hacer caso a nuestros padres y mayores y sobre todo a amar a un Dios invisible.

Una noche, tal y como se había vueltro nuestra costumbre, antes de dormir, nos arrodillábamos a los pies de la cama para orar.

También era una costumbre familiar que mamá y papá nos dieran un beso antes de dormir.

Al entrar ellos al cuarto, vieron algo que los marcaría para siempre.

Una luz blanca, maravillosa, iluminaba mi rostro. Me sacudían del hombro para llamar mi atención pero no respondí.

Estaba orando. Estaba conversando con mi Dios. Estaba a solas con mi amigo Jesús, contándole que había hecho mal ese día y diciéndole, como cada noche, que muchas gracias por todo lo que nos daba.

En ningún momento lograron despertarme ni se apartó la luz de mi cara.

Al otro día, me miraban con cara asustada y ninguno decía nada.

– Tómate el café mijita- dijo mamá titubeando.

Me lo bebí todo obviamente. Siempre he sido de buen diente, incluso me encantaba comerme las sobras de mis hermanas que para comer eran como pajaritos.

Entonces, se armaron de valor y me contaron lo que había ocurrido la noche pasada.

– ¿ No te acuerdas de nada?.

– No- , dije incrédula. Mire si a mi me va a pasar eso.

Al llegar la fiestita navideña todos los trabajos estaban amorosamente enmarcados por doña Evelina y las maestras, y las mamás podían asistir y retirar las labores de sus hijas.

Los míos eran los más feos . Pero poco importaba, pues lo mío, definitivamente, jamás serían las manualidades.

Lo mío era ese mensaje de amor que conocí en la niñéz y que me acompañó durante toda la vida. Ese maravilloso sentir de niño que sabe que lo que cree es así y nadie podrá desmentirle. Ese domingo que debía madrugar para asistir a clase sin que me pesara.

Me salí luego de la banda de niñas traviesas y traté de comportarme mejor.

A veces peleaba con mis hermanas si, porque ellas eran más chiquitas y querían mis cosas, o a veces, creo que muchas, seguía contestando a mamá cuando me rezongaba.

Pero jamás olvidaré ni me apartaré de tí amado Señor.

Porque lo que no comprendí aunque acepté de niña lo comprendo hoy y por ellos más te amo cada día.

Después de dos años de asistir a la escuelita dominical y a las clases de bordado, comencé a esbozar poemas.

Creo que me salían mejor que mis horribles trabajos.

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