Esqueletos Errantes

Esqueletos Errantes

“Como herencia les dejaré un palacio en el cielo …»

Baldomero era un comerciante nato. Su padre le había enseñado, desde pequeño, a nunca trabajar para otro. Su escasa formación (a duras penas logró concluir el último grado de educación primaria), no fue obstáculo para que lograra amasar una pequeña fortuna, la cual había dilapidado donándola en “obras de caridad” a la iglesia, esto, estaba seguro, le retribuiría con creces, llegado el momento, su loable acción.

– Vaya y agarre el soplete de gas, ese que usamos pa soldar, saque la calavera de su abuelo de esa bolsa de cemento y en la azotea, sobre una de las placas de acero, quémela hasta convertirla en ceniza. Después, haga lo mismo con todos los demás huesos. Una vez que acabe, siga con los restos de su abuela y los de sus tíos.

– Pero apá …

– ¡HAGA LO QUE LE ORDENO … CON UN CARAMBA! No quiso usté estudiar ¿verdá? Pos ahora tiene que obedecerme y ganarse su hospedaje y comida. Yo no mantengo vagos marihuanos …

Unos días antes, le habían notificado que la capilla construida sobre un terreno donado por él, iba a ser demolida, para construir un moderno auditorio, por lo que los restos de sus padres, así como los de su hermano y su esposa, enterrados bajo el altar, debían ser exhumados y reubicados.

Recogió los cuatro esqueletos, cada uno se lo entregaron dentro de una bolsa de cartón, de esas que se usan para empacar cemento, y los metió en el maletero de su camioneta Rambler.

– Apá, ya llevo más de dos horas con el soplete y no se quiere quemar la calaca esa. Ya hasta se acabó el gas. Apunto la flama directo a la nuca y solo salen dos grandes columnas de humo negro, una por cada uno de los hoyos de los ojos. Además apesta ya requete feo, hasta huele a muerto.

– ¡Si será inútil! Ni pa eso sirve, Por algo lo corrieron de la puta escuela. Es usté un bueno pa nada. Ande, regrese la calavera de su abuelo a su bolsa. Ya veré yo que chingados hago con ellos.

Volvió a meter los sacos en el maletero de su camioneta, mientras decidía qué hacer.

Había pagado un nicho en su parroquia, justo debajo del altar de la virgencita, en ningún lugar podrían descansar mejor sus parientes.

Sin embargo, para poder colocar los cuatro cuerpos ahí, debía, por supuesto, incinerarlos.

– ¿Pos qué me ve cara de millonario? Si solo se trata de quemar los esqueletos de mis finados padres, junto con los de mi hermano y su esposa. ¿No puede darme precio de mayoreo considerando que se trata de cuatro cadáveres? Si me sale más barato por docena, soy capaz de conseguir otros dos y le completo la media.

– ¡Qué cosas me está diciendo! Aquí, y en cualquier otro lugar, le vamos a cobrar por muertito, independientemente de cuantos sean.

Una vez en el maletero, hasta se olvidó que los traía ahí. Solo lo recordaba cuando, los fines de semana, salía a pasear con la familia, y al dar vuelta los huesos chocaban entre sí, sonando como sonája artesanal.

– Parece mentira que aún después de muertos, siguen dando lata tus padres, le reclamaba su esposa.

Y así pasaron casi seis meses, hasta que un día, cansado de las quejas de su señora, decidió tomar cartas en el asunto. Midió, con cuidado, el nicho contratado y fabricó, con madera de segunda, una caja donde alojar todos los huesos de los cuatro cadáveres.

– Páseme la pinche caladora. Póngale la puta sierra pa madera más grande que encuentre.

– Pero apá … ¿ahora qué va usted a hacer?

– ¡Me lleva la chingada con usté!¿Porqué nunca puede obedecerme sin rezongar? ¿No está viendo que estos pinches huesos no caben? Yo no tengo la culpa de que su abuelo y su tío fueran tan altos. Pero de que entran todos en esta puta caja me encargo yo.

Después de cortar, con ayuda de la caladora, los huesos más largos, los acomodó todos en la caja de madera, sin importar a quien pertenecía cada uno, y procedió a clavar la tapa, “pa que ningún hueso se salga”, pensó.

– ¿No que no cabían? Fíjese bien mijo. Aprenda del cabrón de su padre, ahora que todavía lo tiene, No se quede ahí nomás mirando como pendejo y ayúdeme a cargar la caja, que con los cuatro ya dentro, quedó re pesada la condenada.

Llevaron la caja al templo y con mucho trabajo lograron meterla en el nicho. Le rezaron un Padre Nuestro y un Ave María y retornaron a sus labores cotidianas.

Silbando la canción favorita de su padre “Boda Negra”, retornó, con su vasallo, al rutinario trabajo.

Pasando un par de semanas se aprestaban a levantar la cortina metálica del negocio.

– Mire apá, este huesito que me encontré junto a la puerta, parece el de un dedo meñique. ¿Qué no?

– Traiga eso pa acá chamaco. Usté siempre nomás inventando como joder. ¿Qué se supone que haga yo ahora? ¿Acaso pretende que vaya al templo con este huesito, saque la caja que tanto trabajo nos costó meter, la abra quitando los diez mil clavos que tiene, meta este pinche huesito y la vuelva a cerrar y meter en el pinchurriento nicho?¿Pos qué no se da cuenta que yo ya no toy pa esas cosas? Lo que quiere usté es matarme, jodido escuincle del demonio.

Tomó el huesito en cuestión, arrojándolo por encima de la barda, que daba hacía un terreno baldío.

– Asunto arreglado, vociferó. Nadie se dará cuenta de que a uno de los cadáveres, le falta un pinche dedo. Aprenda cómo se resuelven los problemas, condenado mocoso rebelde.

– Pero apá, ¿y que pasará el día de la resurrección, cuando cada uno busque sus huesos? Alguien echará de menos un dedo. ¿Qué no?

Solo Dios sabrá …

Basado en hechos reales.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS