Cada vez que he iniciado el camino de ochocientos cincuenta kilómetros que implica viajar de visita, a esa casa en la que crecí al lado de mi madre y de mis hermanos; mi corazón brinca emocionado por volver al origen y a las nostálgicas raíces.

Cuando en algún momento de la vida toma uno la decisión de vivir lejos del resto de la familia; uno de tantos precios que se paga es el de recibir el impacto como baldes de agua fría, de las cosas que han sucedido desde tu anterior visita, a la actual: literal.

A estas alturas de mi existencia, me he apegado a la idea de que la vida es un viaje por un camino en forma de espiral. Al inicio de la aventura, esa espiral va aumentando su diámetro y perímetro, pero un buen día el ancho del camino se estrecha y comienzas a visualizar a la distancia la última estación: el comienzo del fin.

Con un poco de suerte en esta ocasión, conseguí llegar un día antes de su cumpleaños en un momento crítico, el llanto abarrotó mis ojos varias veces durante el día, frente a la estoica entereza de mis hermanas. Ella, mi madre, habló poco durante el día, como en otras crisis, pero por primera vez la escuché decir «ya no quiero luchar, ya me cansé» y el apapacho amoroso de nosotras sus hijas la tranquilizó una vez más. Al final del día en el que no comió, su sueño fue quejoso sus ojos hinchados y cerrados nos dolían a todos; ya al anochecer, comenzó a mirarnos y a intentar hablar.

Al segundo día de mi visita, aún mi madre fue víctima de un ataque de tristeza del que fue sacada amorosamente una vez más. Ya avanzada la mañana espléndida de su cumpleaños, su amor propio regaló fuerza a su espíritu y el milagro se hizo:

-Mamita, ¿si sabes que hoy es tu cumpleaños verdad?

– ¡si! lo sé- contestó

-Y dime ¿cuántos años cumples? Le pregunté llena de sorpresa ante su recuperación.

– Pues ochenta y nueve- replicó.

– Te acordarás de la fecha naciste?

– Veintrés de Enero de 1927. ¿A poco piensas que no lo voy a recordar? dime ¿Les avisaron a todos mis hijos, de mi fiesta de cumpleaños?

– Por supuesto que si! Todos están avisados madre.

– Y ¿qué prepararon de comida? No hayan preparado cosas que no me gusten.

-Pues mira madre, preparamos una taquiza, para que disfrutes muchos platillos ¿Te parece?

-Si claro, está bien. Pero mira dile por favor a la muchacha que trapeó, que lo vuelva a hacer, no dejó bien limpio y las visitas están a punto de llegar. Oye ¿y la muchacha que me pinta las uñas, a qué hora va a venir?

– Estoy segura que no debe tardaren llegar mamita,

– ¿Y traerán flores hija?, como estoy vieja, ya casi nunca me traen. Y los regalos ni siquiera son muy caros, no creas…

– Habrá flores, todo está organizado por tus hijas, y tus hijos no tardan en llegar, tranquila cumpleañera.

– Necesito que me pongan otra ropa hija, esta ropa no es para una fiesta ¿Estás de acuerdo?

– Tienes razón, ¿Qué ropa te gustaría?

– Solo algo más elegante, replicó.

La familia a pesar de todo y de nada comenzó a llegar.

Al mirar a la cumpleañera la alegría llegó también. Ella, comió con el gozo de siempre, sopló a la vela del pastel y dio gracias a Dios y a los presentes. Contempló con ojos de enorme sorpresa, como su imagen estaba en el televisor mediante un video homenaje.

Después de un rato llegó la música y se quitó su chal para verse más elegante, cantó sus melodías favoritas; “Veracruz”por supuesto,” tres regalos”,” mar y cielo”. Hizo gala de esa memoria privilegiada con la que la música buena reta a cualquier demencia y con ella cantamos todos. Bailó con el género familiar de su predilección y bailamos todos con la alegría de la herencia más preciada de nuestra familia. Obsequió amorosa y serena besos,»poderosas» (bendiciones), destellos de sabiduría pura.

Al quererla llevar a la cama expresó: – ¿No se te hace que estoy bastante grandecita como para que me quieran mandar a dormir?

– Tienes razón madre, tu decides a qué hora dormir…

– Ya me puedo morir- dijo- ya organizan bien sus borracheras, por cierto, deja de beber por favor…

– ¡Madre!, no bebo…

– No me engañas hace rato cantabas, “hoy me emborraché por ti”

– Pero solo era una canción madre…

– Pues si, pero como el padre de tus hijas nunca te trae y tu suegra no te quiere, si tienes motivos ¿no?

– Esos no son motivos para mi mamita, no te preocupes…

– No te voy a cuestionar, eres muy inteligente para eso, solo te pido que no dejes de pensar lo que es bueno para ellas, tus hijas tan llenas de luz.

– Así lo haré no te preocupes, lo aprendí de ti.. Tu descansa mamita y dame tu bendición que ya me voy.

– ¿A dónde?

– Acuérdate que vivo en Saltillo, al norte del país, solo vine a tu cumpleaños.

– Mmm pobre de ti que viajes tan rápidos haces…

– Rápidos pero buenos, vine a ver a mi madre…

– ¡Qué bueno que viniste! Cuídate mucho por favor…

Al salir de la casa de mi niñez, todas las emociones bailaban juntas sobre mi piel. Al subir al camión de regreso al lejano lugar en el que decidí auto exiliarme, mi conclusión de la visita descansaba sobre la canción más cantada de la noche:

«Así es la vida» una delgada línea en forma de espiral, con fases crecientes y decrecientes, llena de sorpresas, de incertidumbre, de causas y efectos, pero donde el amor permite que aún en medio de los matices más oscuros, pueda ser gozada.

A los ocho días exactamente hice otro viaje relámpago a la ciudad de México. El motivo: los funerales de mi madre.

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