Viaje a las Islas Malvinas

Viaje a las Islas Malvinas

 El aquel  momento del país, nos hacían ver el suceso de la  recuperación como una gesta patriótica. Los hechos demostraron que la realidad superó a la ficción en una dimensión real, y más terrible a la probable:  Guerra de Malvinas. Debemos lamentar, porque lo que comenzó en la recuperación aquel dos de abril, tenía que terminar  en un conflicto con altos costos en vidas humanas.

Con muchos sentimientos encontrados  partió rumbo a Malvinas.  Esperando hacer conocer  y emocionar a muchas personas.

Llegar implica un viaje de casi 24hs. Con una escala en Punta Arenas, y finalmente hacer el último tramo. Con el aviso de ajustar cinturones, se comienzan a ver las islas entre las nubes. Es en ese momento donde las emociones y sentimientos se mezclan y empiezan a hacer de las suyas. Una primera impresión es ver el tamaño real, un pedazo de territorio argentino conocido solo por fotos.  Aterrizar en la base militar no es grato, el poderío militar que se observa a simple vista, reafirma la decisión que tienen los ingleses de quedarse en esta tierra. Hicimos el trámite en migraciones y la verdad que se siente un gusto amargo en la boca cuando te sellan el pasaporte como si fueras extranjero. Esto lo sabíamos antes de ir, sin embargo no te prepara para ese momento.

  Nos estaba esperando para llevarnos  a 50 km. de la capital. Si bien significaba un esfuerzo, sabíamos que estaríamos en la isla Soledad. Durante el trayecto al hospedaje, nos fueron mostrando diversas aves y plantas autóctonas.

Después de recorrer estas maravillas,  partimos hacia una playa donde ya a pie, tomamos nuestros criollos mates y almorzamos, rodeados de pingüinos emperador, otras aves y el sonido del mar. La belleza de la isla,  impensada para un lugar tan remoto, nos hizo distender en un lugar alejado, inhóspito.

 Una  avioneta  nos llevó hasta Puerto Argentino. El camino de ida presentaba unos paisajes maravillosos. La vista aérea  es de una singular belleza. Tuvimos la suerte de sobrevolar una ballena azul que emitió su característico chorro de agua. La verdad es que no podíamos pedir más de la naturaleza de este lugar.

Juan  es uno de los pocos argentinos que viven allí y que entre otras cosas, mantiene el cementerio Argentino de Darwin en condiciones. Él nos pasó a buscar para llevarnos hasta el lugar. El viaje, de casi 90 km desde Stanley, llevó una hora porque la mayoría del camino es de ripio.

Lo que más impacta al llegar son las cruces blancas y el sonido, llevado por el viento, de los rosarios golpeando contra ellas. Pensar en toda esa gente joven que murió, llena a uno de tristeza. Es un acto breve y muy emotivo para nosotros, y sobre todo para los que tiene compañeros y familiares allí. El viaje de vuelta transcurrió en silencio todo el camino. Tristeza y soledad.  

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La mayoría de los lugares que visitamos en la isla son inhóspitos, hay que llevar todo lo que uno necesite. Pasamos por el mercado para comprar provisiones para el almuerzo. No se nota que falte nada, la variedad de alimentos  es muy similar a cualquiera  del mundo.         El monte está al día de hoy, totalmente rodeado de minas terrestres y como no todas fueron desactivadas, el campo está cerca con indicaciones de “No pasar, campo minado”. El lugar es de una extraordinaria belleza, permite ver la división de aguas que separa a  Gran Malvina y Soledad.

Durante estos días, le había contado muchas historias de  vuelos desde y hacia Puerto Argentino. Esto determinó visitar a los alrededores. Allí fueron y pudimos ver los distintos cráteres dejados por las bombas que buscaban inutilizar la pista de aterrizaje. Se podía ver restos de baterías antiaéreas y esquirlas. .También pudimos observar las trincheras de los soldados argentinos e imaginar mínimamente su sacrificio ante el frío y el viento. A esto habría que sumarle la terrible tensión de la espera.  Pobre gente, realmente después de todo esto debe ser muy difícil para ellos volver a tener paz en el alma.

El día amaneció lluvioso, con viento helado que es peor que la misma lluvia. Visitar Longdon era una materia pendiente, como el camino para llegar es prácticamente una huella, le pedimos a Juan que nos hiciera de guía. Partimos luego de desayunar y antes de acceder al monte pasamos por un lugar que parece casi un basural y es donde se encuentran los pertrechos de las tropas argentinas. Realmente cuesta creer que se los envió aquí con esa calidad de vestimenta. Ver todo esto genera muchos sentimientos encontrados. Si nuestros soldados eran los hijos de la patria, no merecían ser tratados así.

Sólo el estar allí un momento, permite a uno dimensionar el gran esfuerzo que realizaron. Muchos dirán que era su deber, dirán que no tenían otra opción que cumplir órdenes. La locura de una guerra siempre la pagan los pueblos.  Hablar de que el dolor que produce la guerra está presente allí, con los tributos de ambos lados. El recuerdo y ausencias de sus vidas está plasmado en cada texto en cada recuerdo depositado.

Stanley es una ciudad, que se nota un franco crecimiento. Se pueden ver monumentos, edificios e iglesias, que se encuentran sobre la avenida costanera. Allí concentra casi toda la actividad comercial y pública del lugar.

 Si seguimos por la vereda angosta que acompaña toda la costanera, llegas hacia el final a una curva del camino que sorprende con pintorescas y coloridas casas de construcción típica inglesa. Ya oscureciendo, volvimos al  lugar donde se hospedaban. La cena acompañó muy bien a una charla distendida sobre las vivencias del viaje y las cosas que movilizó a nosotros. Llegó el día de la partida y comenzamos el largo camino que nos lleva de vuelta a nuestros hogares. Es el fin de un viaje que comenzó con una misión clara de traer los mensajes. Finalizó conociendo mucho sobre una tierra llena de bellezas y sobre una guerra que nunca tendría que haber ocurrido.

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