UN VIAJE AL INFIERNO

UN VIAJE AL INFIERNO

Amalia B.C

07/07/2016

Salimos muy temprano y nos dirigimos hacía Valencia en un estado terriblemente nefasto. Los niños no habían dejado de preguntar; “¿cuándo llegamos?”, una y otra vez.  Mi madre que iba sentada detrás junto a ellos no cesaba de regañarles. Palabras de unos y de otros que taladraban mi mente y que hacían que aquel primer día de vacaciones se convirtiera en un agotador e incontrolable desasosiego que crecía fuerte en mi interior.

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Experimenté varios tipos de sensaciones, unas de desesperación y otras de desánimo, y se apoderaron de mi cuando vi delante mí a cientos de coches parados. Una enorme caravana nos separaba de aquel ansiado baño en las aguas del mediterráneo que tanto necesitábamos. Evadirme, descansar y disfrutar eran pensamientos que se iban borrando de mi mente cual efímero sueño inalcanzable. 

Necesitaba darme un baño, sol, playa…

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 Sentí como poco a poco perdía la esperanza de conseguir que todo saliera a la perfección y de poder enseñar por primera vez el mar a mi madre. Toda su vida había querido verlo y creo que elegimos el peor momento para hacerlo. La miré un momento y no pude evitar decirle:

 — No te preocupes verás que bien lo vamos a pasar.

 Mentí… sí, señores. Creía que decirle eso me iba a ayudar a mí y creo que tuvo el efecto contrario. Pues el día 26 de septiembre de 2013, observé tras la ventanilla como las nubes tornaban negruzcas y empezaban a cubrir el sol. Entonces el aire se puso intolerable y tuve que subir la ventanilla a toda prisa. Vi que la gente se apresuraba corriendo de un lado a otro y me temí lo peor.

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 Por fin llegamos a nuestro destino. Tardamos más de media hora en aparcar y cuando lo conseguimos, mis hijos empezaron a saltar, mi madre a gritar, mi marido a resoplar y yo, si os soy sincera, iba a explotar de un momento a otro. Deseaba chillar, gritar, patalear con esa rabia que inundaba mi paciencia. Para una mente como la mía todo lo que estaba sucediendo me parecía una tortura. No me sentía nada preparada para todo aquello. Solo quería descansar. Disfrutar con mi familia parecía ser un sueño inalcanzable. 

  Caminamos un rato hasta llegar al apartamento con aquel calor sofocante que nos dejaba apenas sin respiración. Subimos las maletas y ninguno de nosotros estábamos nada contentos. Miré uno por uno sus rostros y la verdad, no puedo decir que fuera de felicidad más bien parecían estar en mi mismo estado. Sudábamos como pollos y decidí abrir las ventanas mientras les miraba con el rabillo del ojo. Respiré profundamente intentando tranquilizarme y miré un momento hacía el cielo. Me quedé atónita y perpleja y no tarde en decir;

— Parece que va a llover.

Dicho esto, no os lo podéis ni imaginar. Una lluvia torrencial invadió las calles. Sentí como el caos se apoderaba de todo y de todos. Era imposible ver nada a través de los cristales y el ruido del agua con su excesiva violencia que arrasaba todo a su paso, nos mostraba aquellas enormes y poderosas gotas sin clemencia alguna. Un tumulto de sensaciones sobre las que no tenía control, acabaron con toda mi esperanza de disfrutar de mis merecidas vacaciones convirtiéndolas en un verdadero infierno.

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La gota fría provocó inundaciones en  las calles de numerosos municipios, incluido el nuestro. Un fenómeno meteorológico que trajo consigo consecuencias de gran magnitud para la población y que aún me provocan pesadillas. Temí por mi familia y por todos los vecinos y demás gentes de aquel lugar.

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Nos tuvimos que quedar en el apartamento varios días, pues el agua había inundado los pisos de abajo. Fue horrible. Jamás pensé después de estar trabajando todo el año que esto nos sucediera a nosotros, pero así fue. Un irrefutable fracaso me hundió en la más ferviente culpa y desazón, pues mi madre, no quiso saber nada más de la playa y nunca más volvió ni  quiso venirse con nosotros. Mis hijos me echaban la culpa a mí de todo lo sucedido y mi marido, pobre Adolfo…  su aspecto que muy pronto empezó a parecer desaliñado dejaban ver un rostro con una expresión abúlica y fatigada de un hombre que no sabía en realidad que es lo que nos había pasado. A todos nos pilló por sorpresa. El miedo y el desasosiego se apoderaron de cada uno de nosotros y eso queridos lectores, nunca lo olvidaremos.

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Yo me arrepentí muchísimo de haber elegido ese destino para nuestro viaje, sobre todo me quedo bien claro que no volvería a Valencia a finales del mes de septiembre…

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