¿Podría decirse que los aviones, en el cielo de la noche, son como estrellas fugaces?

Estrellas fugaces de cables, mecanismos y motores.

Estrellas fugaces de color rojo y azul.

Estrellas que vuelan sin esfuerzo alguno, que transporta personas y sueños.

Estrellas que dan la vida… O al menos, era lo que él pensaba.

Aquel niño que vagaba por las calles, se refugiaba bajo los techos y dormía en cada rincón.

Aquel niño que se alimentaba del aire y que bebía del agua que caía de la lluvia.

Aquel niño que pensaba que las farolas se iluminaban gracias a las luciérnagas, aquel niño que pensaba que la luna y el sol eran los mismos.

Él no sabía que era un avión, nunca había visto uno ni había oído hablar de ello.

Él tampoco sabía lo que era una estrella fugaz, pero sí había oído hablar de ella.

No sabía su aspecto, solo sabía que volaba y por tanto, cada vez que veía un avión por la noche, pensaba que era una estrella fugaz. Les extrañaba que produjese un sonido tan raro o que iluminara de color azul y rojo, pero aún así, las noches que veía alguno, pedía un deseo.

Y siempre pedía lo mismo: que todo cambiase.

Deseaba darle pena a alguien, deseaba recibir al menos, unas cuantas monedas por parte de la gente que pasaba por su lado.

Pedía compasión y amor hacia él.

Pedía dejar de ser la desesperanza, la esperanza en depresión.

Pedía una cama, comida y bebida… Pedía demasiado.

Aquella noche, una noche como otra cualquiera, vislumbro un avión.

Y con sus ojos verdosos, plantó su mirada en él y deseó con todas sus fuerzas.

Entregó su corazón y alma al la luna de porcelana, las estrellas de cristal y a su estrella fugaz.

El avión pasó rápido, y se perdió en la espesa niebla.

El niño agachó la cabeza, dejó de sonreír y sus ojos verdes se oscurecieron.

Caminó por la calle hasta encontrar un rincón apartado y oscuro donde recostarse, entre las bolsas de basura y la inmensa oscuridad.

Cierra los ojos y entre escalofríos por la noche helada, consiguió conciliar el sueño.

El avión rompía las nubes, saludaba a la luna y tocaba a las estrellas.

Las luces de la ciudad podían verse bajo las nubes, la espesa niebla.

Y ella, sentada junto a la ventana, veía el cielo pasar.

Jugaba con su mechón de pelo de fuego mientras pensaba.

Podía verse la vida desde la ventana de un avión.

Podía verse una civilización, seres humanos… Vida por debajo de las nubes.

Todo era espectacular. Volando por el cielo, todo estaba en armonía, en silencio… Había paz.

Y solo, cuando mirabas abajo, sentías esa angustia. Esa ansiedad y presión de las grandes ciudades.

El avión aterriza.

La joven recoge todas sus cosas, pasa la revisión y sale del aeropuerto.

Coge un taxi que la lleva al hotel, venía unos días de turismo.

Llegó al hotel, cansada, y se metió en la cama.

Mañana sería un gran día.

Al día siguiente, la joven y el niño se despertaron a la misma hora, pero en distintos lugares.

El niño entre bolsas de basura, la joven, entre sábanas de ángeles.

Ésta se preparó y salió con la cámara de fotos, querís inmortalizar cada momento.

Al fin y al cabo, la vida era una serie de fotografías.

El niño, decidió no moverse. Estaba cansado, el frío le había agotado más.

La moven se recorrió toda la ciudad, haciendo fotos mágicas a cada lugar… Pero, cuando pasaba por una calle para entrar en una cafetería, vislumbró una figura en el callejón.

Decidió adentrarse en él, hasta que vio al niño encima de las bolsas de basura.

Ambos se miraron.

Ella vio a un niño, de ojos verdes, piel morena y mugrienta, ropa malgsstada y sin calzado… ¿Cómo era posible un nivel de pobreza tan grande en una gran ciudsd como aquella?

Él vio a una joven pelirroja, de ojos azules, bien arreglada, con la piel color caramelo… ¿Cómo era posible que alguien así estuviese en esa espantosa ciudad?

El milo deseaba que se compadeciese de él. Que le diese dinero, comida, agua… Necesitaba saber que su deseo se había cumplido, que había desaparecido la desesperanza y su mala suerte.

La joven le miró, con cara comprensiva, y le tendió la mano.

El niño la aceptó y se levantó del suelo.

Ambos se presentaron y sonrieron.

Salieron de aquel horrible callejón y entraron en la cafetería.

Lo que ninguno de los dos sabía es que el avión de la joven, era la estrella fugaz del niño.

                            FIN

(INSPIRADO EN LAS CALLES DE NUEVA YORK, YA QUE SIENTO UNA GRAN ADMIRACIÓN POR ESA CIUDAD, NO ES UNA HISTORIA REAL)

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