Mismo viaje, diferente asiento

Mismo viaje, diferente asiento

Joaquín Pereira

07/09/2016

Desde niña me gustaba viajar en autobús en mi natal Farhana. Por unos minutos me sentía libre. Ahora en Ceuta sigo tomando el autobús con esa misma sensación de respiro transitorio. Espero a mi esposo en la Plaza de la Constitución. Aprovecho para caminar por el puente para despedirme de Gibraltar, brillando allá a lo lejos. Hay ocho líneas de autobuses que puedo abordar. Como una ruleta rusa, mi destino está en las manos de mi esposo. Llega con el ticket y me lo entrega. No hay abrazo ni despedida. Al principio todo era novedad en el matrimonio, hasta tuve la esperanza de que mi vida mejorara. El primer golpe me mostró lo equivocada que estaba. Se abre la puerta del autobús y abordo. Poco a poco van abordando los pasajeros. Aprovecho para ver por la ventana a mi esposo. Esperó hasta que las puertas del autobús cerraran y comenzara a andar. Posiblemente temiera que yo me bajara y echara a correr: la autoridad se mantiene por el miedo, la fe por el amor. Intento distraerme observando a mis compañeros de viaje. Siempre me ha gustado imaginar sus vidas y hasta he creado historias de amor, de venganza y hasta de crimen. Hubiera sido una buena escritora, pero estoy consciente que cualquier pensamiento medianamente interesante hubiera sido considerado harám, primero para mi padre y ahora para mi esposo. Cómo me gustaría usar los pantalones de blue jean y la blusa floreada que usa la chica que ocupa uno de los asientos de adelante. Tengo un buen cuerpo pero esta tela negra que visto lo oculta como si no me perteneciera. Nunca he entendido porque la piel de la mujer es considerada obscena. Creo que la maldad está en el ojo de quien mira. Una niña tararea una canción a mi lado y mueve las manos como si bailara ante un público imaginario. Recuerdo esa sensación de libertad infinita que se disfruta en los primeros años de vida: cuando las fronteras de los adultos todavía no han puesto sus estacas y alambres de púas en nuestras almas. No sé por qué me han enseñado a bailar si sólo puedo mostrárselo a mi marido. Hubiera sido una bailarina profesional. El autobús se detiene y recoge a una par de universitarios. Hubiera querido estudiar derecho. Cuando empecé a escuchar sobre los derechos humanos mi padre me casó con el hombre que me puso en este autobús. Un cura católico sentado en la fila de asientos de la derecha lleva un rosario en la mano. Aunque en mi casa paterna éramos devotos de nuestra fe, mi marido todo lo llevaba a un nivel extremo. Un día decidió que a Dios le gustaría verme con este cinturón que llevo bajo el manto y tomar este autobús. Le agradezco que me evitara la acción de activar el dispositivo. La joven de los jean lee un periódico; en la portada se reseña un atentado suicida. Levanta la mirada del papel y le sonríe al universitario. Algo en mi interior despierta. Escucho la voz de esa niña que fui en Farhana, que se sentía libre en los autobuses, que quería bailar, estudiar y enamorarse. Espero poder bajar en la próxima parada. Él tocará el botón y seré al fin libre.

Inspirado en:
Ceuta, España
Farjana, Marruecos

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