No lo había planeado. Me fui sin orden ni control. Sin avisar. No pude evitarlo a pesar de mi promesa de no marcharme más. Se lo prometí a Marieta mil veces y, mil y una falté a mi palabra.
Echaba de menos a Marcelino. Una fuerza que era difícil de controlar, superior a todos mis sentimientos me arrastró a buscarle sin tregua. Una, y otra vez.
Oía las palabras lejanas de mi esposa. Me llamaba, y zarandeaba. Me abofeteaba, pero yo estaba lejos. Incapaz de compadecerme desu angustia, continué mi camino llamando a mi hermano con todo el ímpetu que mi ser me proporcionaba. Lágrimas de miedo y desilusión corrían por mis mejillas, ante el inminente fracaso que tenia de nuevo.
Inmerso en un silencio total, recordé el estúpido accidente que me lo arrebató. Una rueda reventó y el coche que seprecipitó puente abajo…

No obstante, si bien percibía que mi búsqueda era infructuosa, y la desolación y el desencanto me embargaban; una mirada a mí alrededor, me avisaba de que vivía tan cegado por la ansiedad que no tenía capacidad para ver cuánto ocurría en mí entorno.
A través de los débiles rayos crepusculares, divisé una figura muy difusa que aparecía y desaparecía entre la irradiación solar, daba la sensación de que flotaba. Se acercaba lenta, muy lentamente, y, aun estando a pocos metros de mí, seguía mostrando formas imprecisas. Comencé a temblar, no sabía dónde esconderme. ¿Qué era aquello? ¿Un castigo divino por mi apostasía? Realmente fue una
temeridad iniciar estos viajes –Tal vez sin retorno- a todas luces contra natura.
¿¡Qué es lo que veo!? —¿Marcelino, eres tú?
Y me di cuenta que no era mi voz la que preguntaba. Era mi mente, mi especulación; y por este conducto, aprecié la respuesta en medio de una escena sobrecogedora, sepulcral.
¡Era él!
Le pregunté cómo subsistía en el espacio etéreo, y me contestó que se sentía vivo. ¡Vivo! Que no concebía emoción, ni necesidad alguna. Ni pena ni alegría, ni dolor ni deleite.

—Morador en un lugar vacío y colmado a la vez. Créeme, no es una simpleza—dijo.

No entendía qué me quería decir, y seguí preguntándole al respecto. El me remitió al dicho de Santa Teresa «Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta», para explicarme que lo que gozaba se resumía en esa frase. Me reí a carcajadas que, aunque mudas, parecieron recorrer el universo. ¡Era agnóstico, y se refería a una mística para poner un ejemplo! Vaciedad.
Como si adivinara lo que pensaba me susurró que, en la tierra, en esa existencia
prestada, era fácil ser un descreído, que aquí, en esta dimensión, no te planteas si crees en Dios o en qué dios. Lo notas, lo vives, y no habiendo necesidades, eres libre para la perpetuidad.
Le conté que le extrañaba demasiado, que era insufrible apartarlo de mis pensamientos; que salía a pasear y lo veía en la distancia, y que cuando pretendía alcanzarle, él se esfumaba con una sonrisa indefinida, se alejaba y se alejaba… —No puedo quitarte de mi cabeza —le dije. Marieta intenta ayudarme sin éxito —continué. Organiza fiestas, excursiones, y todo tipo de saraos; solos y con amigos. Es imposible alejar esta obsesión que me aprisiona e induce a buscarte y tenerte a mi lado igual que antes. ¿Recuerdas nuestras escapadas, e íbamos juntos al cine? Pues ahora voy solo. Marieta no lo sabe. Imagino que estás junto a mí comentando las películas y analizando la trama, la interpretación, la música, los efectos especiales, la fotografía… Y de la misma manera que llegábamos a
un entendimiento, a pesar de nuestra diferente forma de pensar, también en mis sueños, estamos capacitados para llegar a un acuerdo en estas disertaciones.
Atraído por el sonido armónico y agradable que transmitía Marcelino, continuaba ignorando la llamada de Marieta, que angustiada, me gritaba sin descanso. Mas, Marcelino, que no comprendía que él era una parte de mí, y que yo no podía vivir sin ella, dejó de sonreír y me habló con su carácter serio y tajante.
—¡Mario, vas a volver! Tu mujer está muy apenada. Sufre en exceso tu ausencia. Está justo al borde de un colapso. Si le pasara algo irremediable, no te lo perdonarías nunca. No puedes ni debes abandonarla a su suerte, ni aferrarte a mi destino, sino avenirte el tuyo, de modo intenso, tan propio de ti.

Intenté contestarle, que con él disfrutaba de una gran paz, pero no me escuchaba.
—Mario, nadie es parte de nadie. Somos únicos e intransferibles. Olvida tu obcecación y vive el momento. Éste es el presente. El tuyo y el de tu pareja. Disfrútalo cuanto puedas. Ya te llegará la hora de tener tu alma errante por la eternidad.
Regresé a mi cuerpo. Mis pómulos recuperaron su tono rosado y la calidez humana, y noté las continuas y cálidas caricias con las que Marieta intentaba recuperarme a la vida. Alcé mi mano para acariciar sus rubios y rizados cabellos y mientras la abrazaba, le di recuerdos de su cuñado —Te sigue queriendo muchísimo —le dije. Ella llorando de gozo me contestó:
— ¡Por Dios Mario, no vuelvas a viajar sin mí!

FIN

Historia producto de mi imaginación sin ningun lugar determinado.

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