Escalera a Machu Picchu

Escalera a Machu Picchu

Era una adolescente cuando los viajes astrales y los sueños lúcidos sucedían habitualmente. Una noche mágica en la ciudad de Caracas me transporté a Perú y me vi levitando en la atmósfera tibia del enigmático Machu Picchu. Ataviada de princesa Inca con dos gordas trenzas a cada lado de la cabeza nacidas de mi pelo largo y azabache experimentaba la felicidad máxima, la paz y sosiego dominaban mi alma, corazón y mente. Fue tan vívido, real y efímero que me dejó una honda huella y desde ese día determiné con propósito andar por tierras Incas y poder experimentar ese estado ideal y único.

Sucedían los años y seguía caminando por la senda de la vida siempre imbuida en el mundo espiritual, sobrenatural y hedonista, tres mundos que convivían tejiendo mi historia con infinitos colores, texturas y formas.

Me fui a vivir a la anciana Europa y la vida de inmigrante a sus comienzos
me alejó de la senda tan mullida, hermosa y multicolor. Mis videncias y viajes astrales dejaron de acontecer. Ganarme el pan de cada día se convirtió en mi viaje diario, un viaje de ida y vuelta que enseña, enriquece y no da miedo; que te marca para siempre y te revela que somos fortaleza y voluntad.

Poco a poco la estabilidad me envolvió y mi mundo místico con ella, flotaba entre telares inmensos repletos de hilos que danzaban entrecruzándose elegantemente con alegría, diversión y los placeres emergían a borbotones, vivía saciada vestida de fiesta, estallidos de risa y fecundidad.

Hasta que un día un incendio feroz destruyó todo lo tejido durante años. Me
perdí entre cenizas, aspiré el humo que intoxica, morí en vida, retrocedí en mi proceso maravilloso; mi historia se proyectaba a blanco y negro; hilos chamuscados encontraba a cada paso, todo era desolación, guerra y muerte. Pero el sueño de pisar suelo Inca seguía revoloteando; escuchaba a la mujer salvaje decir a mi oído: ¡Sigue tu sueño! Y el poder de crear y cambiar mi estado perseveraron hasta el final. Diseñé y construí un nuevo telar; busqué ovillos preciosos y mágicos y en el proceso de la noche a la mañana viajé con destino a Cusco y comencé el reencuentro con mi esencia y el viaje al interior de mi ser era directo y sin escalas, me impregné de la cultura Inca de sus tradiciones, creencias y me sentía en casa absorbiendo todo: absorta, emocionada, plena, mis hilos se vestían de gala y se engrosaban y fortalecían.

Qorikancha, Saqsayhuamán, Tambomachay, Q´enqo,
Puka Pukara en Cusco me vieron feliz entregada a su energía su fuerza vital. Piedras por doquier con demasiado legado a cuestas, éter enriquecedor, auras sabias y avanzadas. Apenas comenzaba mi real viaje… Me fui al Valle Sagrado con una Pachamama sin desperdicios, paisajes idílicos sin igual. Pisac; serpenteé por su mercado aspirando aromas embriagadores, atosigándome de matices y formas. Verduras, frutas, flores, especias, tapices, alfombras flotaban por doquier; toda una galería gastronómica y artesanal que colma el ser.

El Parque Arqueológico de Pisac te guía a tiempos memorables. Su ciudadela, terrazas, torreones, fortalezas, observatorios astronómicos nos dan una idea de cómo allí convivía esta comunidad avanzada siempre ligada a la Pachamama y al cosmos.

Ollantaytambo me esperaba y te dejas llevar por la llamada… Centro militar, agrícola y religioso y desde donde se controlaba el Valle Sagrado.

El clímax del viaje llegaba galopante, iba ascendiendo por una escalera
hacia la iluminación total.

De madrugada subí al tren con destino a Aguas Calientes, en el fluía otra energía, viaja a orillas del río Urubamba; vi el amanecer desde allí sabiendo que con el amanecía yo y alcanzaría lo buscado. En Aguas Calientes ascendí en autocar a la añorada ciudadela de Machu Picchu.

Soy una senderista nata y amante fiel de la madre tierra, sabía que
subiendo la montaña de Machu Picchu a sus 3.061,28 metros sobre el nivel del mar podría conectar con toda la red energética del universo y el cosmos. Y así comencé a ascender aquellos altos escalones que me hacían sentir como una más de ellos, me hizo recordar todo lo andado en tiempos remotos, me corroboró que la única sabiduría que vale es la de nuestro interior, ese espíritu que todo lo sabe, esa intuición tan de dioses que es el estado de Budeidad absoluta cuando entiendes que sólo tu puedes cambiar tu estancia en esta vida. Somos parte de un todo y somos todo y tenemos el poder de la transformación, lo que nos hace sufrir es el pensamiento y la felicidad solo depende de cada ser. Subida a esas terrazas me sentí como un solo hilo de toda la gran maraña de la humanidad. Metro a metro toda yo me auto limpiaba y vi huyendo demonios, miedos, obstáculos, excusas y me iba vaciando de todo ese equipaje absurdo que vamos cargando a lo largo de nuestro viaje. Y la naturaleza prodigiosa era fiel testigo y los hilos tejidos se fueron destejiendo y los colores neutros y apagados iban desapareciendo, las hilachas gastadas se desvanecieron y los pesados se los llevó el viento. Llegué a la cima liviana como la nada, libre y en paz y respiré y alivié los dolores. Pude divisar aquel escenario natural en su totalidad y me recargué con esa energía ancestral, levité y entendí que a partir de ese día gané la oportunidad de volver a tejer mi historia con alma y corazón, que tengo la opción de escoger mis propios hilos y diseñar nuevas figuras, que podré deshacer y volver a hacer creando ese tejido a medida, que tengo derecho a regalarme la más limpia y clara luz, que todo puede ser colores brillantes y auténticos con hilos fuertes y duraderos y que solo yo tengo el poder para producir mi red de amor y felicidad, que soy un Buda y que solo hay que indagar en el interior y que ese es el mas importante viaje que cada ser humano debe emprender.

MACHU PICCHU

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