CITA CON INDIA
Desde hace algunos años, India por sus desmesurados contrastes, su gastronomía, sus múltiples similitudes entre los mitos aztecas e hindúes y su espiritualidad, que no es religiosa en el sentido tradicional, fue la meca de mis ambiciones viajeras. Era el momento de encontrarme en otras realidades; un viaje de sensaciones inexploradas, al país que a Octavio Paz no le fue ajeno, donde según las palabras de Malabika Bhattacharya: “Paz descubrió su alma.”
Me documenté sobre ese lejano país, leí las novelas Shantaram de Gregory David Roberts al igual que Pasión India de Javier Moro. Diseñé la ruta perfecta para recorrer el Rajastán, por la impostergable cita con el Taj Mahal y su fascinante historia de amor. Reuní a mis amigas viajeras y con mi particular manera, les planteé esta aventura como si fuéramos a abrir la puerta del destino y a observar una conjunción de estrellas en el universo, por la cargada emoción de mis palabras.
Llegó el día y después de cruzar la frontera de México a los Estados Unidos, con apabullante entusiasmo y el silencio añil del amanecer con nubes oscuras y escasas antorchas doradas colgando del Cielo, tomamos la carretera rumbo al aeropuerto. En el camino recordé las palabras de un amigo, que vivió en India durante tres años, que me dijo: “Las personas que viajan a India, están predestinadas a pisar Tierra Sagrada en busca de su crecimiento espiritual, aún sin estar conscientes de ello.” Sentí gratitud y como respuesta divina comenzó a escucharse en la radio “Thank U” de Morissette, canción que escribió cuando regresó de India, donde expresa la gratitud que sentía en ese momento, al igual que yo.
Llegamos a las 5 de la mañana, habían transcurrido treinta dos horas de cansancio y mal dormir antes de nuestra llegada a Delhi. Finalmente, el oficial indio estampó el sello de llegada en mi pasaporte. Me asaltó el temor de que Anchal, mi contacto en India, no llegara por nosotras. Afortunadamente en cuanto salimos, estaba una joven mujer morena y sonriente, que vestía un despampanante punjabi rosa fucsia, bordado con flores de hilo amarillo, levantando un cartel de letras rojas con mi nombre. Hasta entonces sentí que habíamos llegado.
Íbamos preparadas mentalmente para superar las diferencias y disfrutar la verdadera belleza del país, dejando a un lado la contaminación, la pobreza, la fauna local y el tráfico incesante que serpentea por las calles de Delhi.
Abordamos la camioneta y Baldev, nuestro chófer, nos recibió con una guirnalda de jazmines, magnolias y lirios, de intensa fragancia como un baño de flores. Antes de llegar al hotel, visitamos el Gurudwara Bangla Sahib, templo Sij de mármol blanco, coronado con una cúpula dorada, que parecía ligada a los destellos del Sol. Entramos al templo cuando el Gurú rezaba en sánscrito, Anchal comentó que era lengua sagrada con vibración cósmica que entiende el alma. Nos invitó a sentarnos en la vetusta alfombra del salón de oraciones. Estábamos distraídas y no era para menos entre tanta costumbre extraña. Después nos invitaron a la cocina comunitaria de los sijes, donde colaboran por el sarbat da bhala (el bienestar común) y al comedor que todos son invitados, independientemente de su religión.
De una manera casi imperceptible, nuestro ego occidental, se fue sometiendo a medida que caminábamos descalzas alrededor del recinto; superando los escrúpulos al cubrirnos la cabeza con velos que antes habían llevado otras mujeres. Hermanadas en un credo ajeno y en el divino misterio transformador de la humildad, comprendimos el verdadero significado espiritual de Namasté: “Me inclino ante ti.”
Siempre tomo en cuenta y como aspecto imprescindible, la gastronomía de los países a los que viajo. La comida esconde secretos, se escribe e inserta en la historia, la cultura y el paisaje. Después de haber recorrido los puestos de hierbas y especies del Viejo Delhi, tuvimos nuestra clase demo en el restaurante Indian Accent del chef vanguardista Manish Menhrotra, galardonado el 2015 como mejor restaurante de India.
Las trufas Morel con sabor y aroma complejos al igual que el filete de pescado John Dory de alta calidad, fueron los estelares de la comida, al final reducidos a migajas en los platos vacíos. La comida india es picante y sensual por sus sabores exóticos, desborda la imaginación y viaja a través de la memoria como un poema culinario, que al final de nuestro viaje, concluyó como un libro de deleites, sabores y olores de India en el fogón.
Los días siguientes fueron un derroche de sensualidad inherente a su cultura milenaria, que nos hechizó brindándonos otra visión de India. El sagrado erotismo que encontramos en los templos de Khajuraho y apreciar escenas sexuales en la arquitectura, fue una de las grandes sorpresas del recorrido.
Cada ciudad y monumento que visitamos, como Jaipur con su emblemático fuerte Ambar y Udaipur la ciudad de los lagos, nos permitió descubrir a India en su mística ancestral y en su música adictiva, sagrada y profana. Sentir el amor que te emociona y cautiva hasta las lágrimas, al franquear la puerta principal del Taj Mahal y ver su reflejo perfecto en el agua, fue el culmen de nuestro viaje.
En India el reloj tiene otro minutero, su concepción cósmica del tiempo, el espacio y el ser profundo, ya no te permite regresar siendo la misma persona, formaba parte de nuestro destino pisar esa tierra milenaria, vibrante, llena de contrastes donde se conjuga lo más sórdido y lo más sublime de la naturaleza humana, donde pueden convivir todos los credos y abolir sus diferencias, donde todo puede suceder y terminar en una sonrisa.
Somos viajeros del mundo y lo mejor que podemos hacer es disfrutar la vida sin esperar nada extraordinario de ella, con la sencillez de nuestro universo espiritual.
INDIA
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