Et in pulverem reverteris.

Et in pulverem reverteris.

Elías González

06/09/2016

Que la relación con mi padre marcó mi vida siempre lo tuve claro. Lo que nunca imaginé fue que incluso hasta después de su muerte, seguiría hoy presente, si no todo, al menos una parte de él.

La parca llamó a su puerta una fría mañana de diciembre, sumiendo a todo su entorno en un estado de terrible sorpresa, ya que, aunque mayor, gozaba de una envidiable salud, según él gracias al agua de una fuente leonesa, que de tanto en cuanto, embotellaba en frascos pequeños para consumirla a cientos de kilómetros. Fui al primero al que mi madre dio la noticia. Mas no por la estrecha relación antes mencionada que me unía a él, no.

– Sí, está el médico, el forense y un montón de gente, que me están poniendo la tarima perdida de barro…pero hay algo que te incumbe, hijo.

– ¿Algo que me incumbe con la muerte de papá?

– Sí. (Silencio). Hay una nota. Bueno, la he encontrado en su cartera.

– ¿Una nota para mí?

– Sí.

– Voy para allá.

Algunos vecinos se apostaban en la puerta al ver tanto trasiego de ambulancias y demás coches oficiales. Lo primero que hice al entrar en casa de mis padres, fue abrazar a mi madre, que contestó a mi abrazo con cierta ternura y frialdad, como si fuera la única persona que intuyera aquel fatal desenlace y ya estuviera preparada para ello. Lo siguiente, fue recoger el papel que mi progenitor había dejado para mí, pedir un momento de soledad con él, sentarme a su lado y leer:

«Querido hijo, escribo esta nota esperando que pase mucho tiempo antes de que la leas. No debe ser placentero eso de dejar de existir, y a decir verdad, tu madre está cogiendo un punto con el arroz que me recuerda al de la suya, pura ambrosía. Bien, para cuando eso ocurra, te voy a dejar una tarea que quiero que realices. No quiero ataúdes, misas de doce, ni entierros ampulosos, (si la mía me oyera…), lo que quiero es que me incineréis, y seas tú y solo tú, el que esparzas mis cenizas en dos sitios. El primero, la Fuente del Oro, en Puente Castro. Se me ocurre que podrías utilizar las botellitas que yo usé para traer aquel agua. Tú mismo. El segundo lo encontrarás allí. Bajo un recodo del tercer escalón que da a la fuente, hallarás una caja metálica roja con el siguiente destino. Cuídate mucho, y espárceme con mimo, que siempre fuiste muy torpe. Te quiere, tu padre».

Permanecí largo rato sentado al lado de él, y pude vislumbrar una mueca burlona en su rostro, como la que siempre ponía cuando hacía sus molestas chanzas. Me levanté, doblé y guardé su última voluntad. Así lo haría.

Reí sonoramente cuando me vi caminando por los cauces del Torío, con «mi padre» a mi espalda, guardado en una mochila, en frasquitos diminutos y en una urna preparada para tal efecto. La primavera asomaba tímida por tierras leonesas y le imaginaba a él diciéndome, «mira, allí está la Cueva del Moro, mira, más allá la Candamia. Allí me di mi primer beso. Mira, en esta parte del río casi me ahogo con diez años. Abrígate hijo, no te fíes de este sol de abril».

Así íbamos mi padre y yo, cuando llegamos a su destino, al menos de una parte de él. Aunque no era muy temprano, me encontré solo en aquel lugar, al que recordaba haber ido alguna vez de pequeño. El rumor del agua y el canto de unos verderones sonaban de fondo. Estuve largo rato desenroscando pequeños tapones, unos diez, y esparcí todo el contenido cerca de una escalera que lleva hasta el manantial. Mientras lo hacía me sorprendí diciendoen voz alta:

– Mira, desde aquí se ve la Catedral, al final te saliste con la tuya.

Un viento helado llevó las cenizas lejos, entre unos espinos. Permanecí allí quieto largo rato, hasta que unos ciclistas, padre e hijo también, pararon a descansar y calmar su sed. Bajé parsimonioso los peldaños y me detuve en el tercer escalón. El recodo no se veía fácilmente y tuve que hurgar con las manos, hasta que éstas, arañaron algo metálico. Saqué la caja roja, me senté y la deposité sobre mis rodillas. La abrí y oí que arriba, en la Fuente del Oro, el padre ciclista le decía a su hijo:

– Abrígate hijo, no te fíes de este sol de abril.

FIN

Fuente del Oro, Puente Castro, León.

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