Recuerdo la primaria, el sentimiento de ser elegido al último para cualquier actividad física.

Donde vaya siempre es lo mismo, ya sea mi olor, o lo que llevo en la mano que casi siempre es un cigarrillo. Antes de tomar cualquier avión el ritual es el mismo, cada vez más odiado por mis compañeros de viaje, y seguramente familiar de todo fumador que vea esta publicación, un cigarro seguido por otros tres y en un tiempo record de 10 minutos, esperaba hasta que ya no pudiera fumar uno más antes de comenzar a desnudarme en seguridad.

Las escalas son lo peor del mundo… siempre la incertidumbre si el tiempo me dejará salir, pasar por seguridad y fumar hasta hartarme, antes de pasar por migración, de nuevo, seguridad y encerrarme en esa lata presurizada por más horas.

Al final he aprendido algo en todos los idiomas posibles…

Nadie nos quiere a los fumadores.

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