Una verdad que parece mentira: Jicamarca (Perú)

Una verdad que parece mentira: Jicamarca (Perú)

Ninguno de los países de América; ni los de América central ni los de América del Sur, está exento de padecer enormes desigualdades en la calidad de vida de sus
poblaciones; y, quizás en el mundo, son excepcionales las naciones que puedan quizá,
haber alcanzado apenas algo de la utopía de llegar a convivir en justicia e
igualdad. Es el tema, es el reto, es el desafío que no se acepta plenamente ni
se encara con toda la justicia y decisión que se requiere para derrotar estos
duros escenarios repetidos e inminentes. El egoísmo y las visiones sesgadas pululan,
se propagan y azotan… alimentando corrupción, sepultando realidades y
verdades con vanidades ilusorias y con enormes mentiras…

Así, en todas las naciones -vecinas y remotas-, existen lugares que empiezan a vivir en nosotros con algún color que los esboza en nuestra mente antes de que nuestra mirada pueda definirlos y nuestros pasos los recorran. Cuando en el fluir de nuestra vida aparece la oportunidad de tener contacto con alguna de estas lamentables condiciones en que muchos, a pesar de todo sobreviven…hay una razón profunda y misteriosa, que,
comprendida así, nos impulsa y permite observar y analizar en forma cabal y
sincera.

Conocer algo de todo esto, que mientras vivimos con privilegios sucede, resulta
imperioso, ineludible, comprometedor. Siquiera por información, hay que sentir
la realidad «del otro», «del vecino», «del anciano», «del obrero», “del campesino”, «del
soldado»…y de otros tantos, muchos desfavorecidos, abandonados a su triste suerte; Sin embargo, comprobamos en muchas ocasiones cómo se intenta adormecer la conciencia con la interpretación de un destino simplemente diferente… o considerando que lo que se pretende ignorar corresponde para demasiados seres -también humanos-, simplemente a su propia suerte… A una suerte contraria, diferente a la nuestra. Gran equivocación… Disponernos con mirada seria, objetiva, desprevenida, pero justa y ojalá en alguna medida personal dispuesta a mejorar la calidad de vida en nuestros entornos, es primordialmente, un acto inteligente y generoso con nosotros mismos.

Pronto, después de salir del hotel, de compartir un desayuno-bufett y antes de una
hora, quizá, las vías citadinas de la capital peruana -activa, dinámica y
pujante-, se tornaron a mis ojos en camino polvoriento de color tierra,
desigual, con orillas indefinidas, hondonadas y montículos generados por las
maquinarias que escavan caprichosamente las superficies de donde puedan extraer
arcilla y tierra para alimentar las ladrilleras. Gran parte de las extensiones
que cruzábamos con dificultad en medio del tráfico intenso y desordenado son tierras aparentemente de nadie, de todos o de cualquiera…

Aproximadamente a una hora de camino hacia el este de Lima llegamos finalmente al desierto de Jicamarca, una extensión de pobreza extrema donde cientos de familias habitan en diferentes tipos de vivienda; en precarias y rústicas casitas de madera
enclenques y agarradas en forma inexplicable y frágil al suelo terroso y árido.
Su único recurso, el más preciado, es algo de agua que a veces -no siempre-,
llega en un camión aguatero, en el mejor de los casos, una vez por semana… No
hay desagües, no hay energía eléctrica, no se ve un árbol, menos aun una flor,
tampoco algo de césped que facilite el coexistir con algún mamífero… y menos
aún, este suelo duro y agresivo, invitaría a tenderse un día cualquiera a descansar bajo el sol.

Todo en Jicamarca es inhóspito, árido y arduo… Resulta casi inexplicable para quien
por primera vez allí se asoma, que haya vida y que la existente se propague en
este lugar… pero la vida humana sin control se propaga y surge embistiendo
esta realidad adversa, quizás más por causa del instinto que proveniente del amor…
El “amor”… fenómeno que aquel entorno debe hacer muy difícil de vivir y
comprender. No obstante, también se escuchan voces y risas que atraviesan el murmullo del viento y la polvareda que al paso se levanta, y que nubla además la visión posible de aquel paisaje tan doloroso como real y cierto. Parece existir sin embargo, algo de esperanza y en las madrugadas frías y desoladas, algún gallo canta.

A medida que el camino se recorre, aparecen las viviendas armadas con estacas, telas,
latas o maderas…No obligan los techos, pues en la región no llueve. Los colores son tímidos y escasos… En las noches secas y oscuras resulta difícil adivinar si los que duermen en este lugar de precarias viviendas sueñan… Han nacido o llegado allí, quizá provenientes de un lugar sin nombre. En su mayoría se comunican en quechua; quizás a la urbe no hayan asomado; su hogar está en el destierro bajo un cielo opaco, en el que quizás, ojalá, la codicia de los más civilizados no alcance a arrebatar el derecho a contemplar en las noches un bello firmamento profundo y estrellado.

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