Brillante pasado, presente trágico

Brillante pasado, presente trágico

Septiembre de 1992. A la salida de la terminal del aeropuerto hace mucho calor pero los meteorólogos dicen que esta es una buena época para visitar estos parajes. El cielo, de color azul claro, continuará transparente durante todo el viaje.

Los silencios

Una larga avenida de piedra caliza nos conduce a una sorprendente plaza porticada de forma ovalada. Restos de templos, teatros y viviendas romanos recuerdan el esplendor de Gerasa que recorremos en un respetuoso silencio, con emoción, como si temiéramos que las construcciones se fueran a derrumbar.

Un silencio reverencial envuelve Palmira. En el oasis a primera hora de la mañana sólo algún rumor de agua o piar de pájaros rompe la quietud del momento mientras las palmeras y los frutales reposan. En las ruinas estamos solos. Los restos arquitectónicos monumentales nos muestran el eclecticismo estilístico entre la funcionalidad constructiva de Roma y la exuberante y rica decoración oriental.

Y el silencio es total en Petra desde la entrada al sij. Este desfiladero nos lleva al primer gran templo excavado en la roca, el Khazné o Santuario, cuya visión desde el extremo del congosto es uno de los recuerdos imborrables del viaje.

También en las visitas a los lugares religiosos dominan los recogidos silencios. En Malula el sacerdote greco-católico melquita nos susurra el texto del Padrenuestro en arameo, la lengua que hablaba Jesucristo. Y en el Monte Nebo, de amplias perspectivas sobre territorios bíblicos, recordamos el momento en que Moisés divisó la Tierra Prometida y a la que por castigo divino no llegó a entrar.

Grandes silencios históricos envuelven el Crac de los Caballeros y la fortaleza de Bosra y terrible es el eterno silencio del Mar Muerto.

En contraste con toda esta paz, en las grandes ciudades, Amman o Damasco, a los ruidos de su frenética i caótica actividad, se añaden los de su joven y numerosísima población.

Los olores

En el oasis de Palmira o en Wadi As sir los frutales perfuman el ambiente de aromas dulces e intensos.

En el Gran Bazar de Damasco los innumerables tipos de especias agreden el olfato y sorprenden por la interminable cantidad de sus colores.

En aquel patio de la capital siria el olor a jazmines embriaga y en él autóctonos y foráneos descansan tomando un té o fumando un narguile.

Junto al hotel de Palmira, en los baños de la mítica reina Zenobia, las aguas huelen a azufre, como procedentes de los infiernos. Y de ahí deben venir porque alguno se marea y todos los trajes de baño quedan acartonados. La extraordinaria cantidad de salitre del Mar Muerto, acaba con ellos definitivamente.

Los sabores

En Homs, junto a una mezquita de cúpula dorada, un vendedor de frutas nos ofrece su género y a pesar de las recomendaciones de lo contrario no podemos resistir la tentación y tomamos un zumo que nos supo a gloria.

Afortunadamente no hay daños colaterales. Junto a él un hombre tiene una gran pecera con peces de color rojo brillante pero esos no los probamos.

La pita, untada con humus (pasta de garbanzos) o baba gamoush (de berenjena) y otros entrantes son deliciosos. Mi plato favorito es el cordero asado, adobado con hierbas aromáticas o especias que está sabrosísimo. De postre los dulces, a veces empalagosos, son el máximo placer de un goloso.

Los colores

Gris, en medio de un paisaje gris, es el Crac de los Caballeros y negro de piedra volcánica es el sitio de Bosra, rodeados ambos de murallas medievales. Más negro aún es el tétrico Mar Muerto no sólo por la absoluta falta de vida en sus aguas sino sobre todo por las terribles guerras que en la orilla opuesta se suceden.

De un rosado deslumbrante son las piedras de Palmira, incluso cuando se oculta el sol.

De un azul traslúcido con pequeñas lágrimas de decoración es la copa de vidrio que el artesano fabrica ante nosotros y que guardo como una reliquia.

Dorados son los mosaicos bizantinos de la mezquita de Damasco con su exuberante decoración vegetal, y doradas se ven de noche las norias de Hamas.

Pero donde se produce una explosión increíble de color es en Petra. Tostados, granates y azules en innumerables tonalidades se superponen o alternan en el paisaje que conduce desde el Tesoro al Santuario en un espectacular, larguísimo y agotador recorrido. Como buen depredador, el viajero coge como recuerdo una piedra con estratos polícromos, pero los dioses le castigarán: cuando llegue a su casa la piedra se desmenuzará por efecto de la humedad y no podrá conservar, salvo en la memoria, el menor rastro de la belleza que intentaba poseer.

Enternecedor resulta aquel ingenuo niño con su lechuza al hombro que vende unas piedras “auténticas” que los turistas podemos recoger del suelo.

Yousra, nuestra guía, nos lleva a tomar un té a casa de una familia siria. Siempre resulta complicado confraternizar con personas de otras culturas por las lógicas dificultades de comunicación. Aun así la experiencia resulta interesante.

Hay detalles de calidez humana, y nunca mejor dicho, que no son fáciles de olvidar. Una madrugada nos sentamos en la cávea del teatro de Palmira para contemplar la inmensa
bóveda celeste que sobre nosotros se abre y ver a continuación la salida del sol tras el palmeral. Hace frío y nuestro chófer Kemal, un druso alto y fornido, ha preparado un té bien caliente que nos resucita en un momento. Gracias, Kemal.

Nunca pude imaginar lo que hoy está sucediendo en Siria y en toda la zona. Los silencios son explosiones de bombas, huele a pólvora, los sabores son amargos y los colores negros como la muerte. Sólo hay tristeza, mucha tristeza, inacabable tristeza

Viaje a Siria y Jordania.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS