La artesanía nos humaniza

La artesanía nos humaniza

  El ser humano ha demostrado en los siglos de su existencia sobre la tierra, que poniendo a trabajar la imaginación y la disciplina, puede conseguir obras de arte que le engrandecen y dignifican.

Los grandes artistas dedican su vida a prepararse y a desarrollar sus conocimientos y habilidades en obras que perduran en la historia. A veces, sus merecidos logros les hacen volar y engrandecerse separándose de los demás mortales a los que miran desde la altura de su éxito con cierta inevitable superioridad.

Los artesanos, por el contrario, no despegan los pies del suelo, consideran sus artesanías más cercanas a la tierra y aunque se sientan orgullosos de su obra, nos miran desde su misma altura.

Su aprendizaje se realiza generalmente mezclado con el trabajo de cada día. Hombres y mujeres observan las pequeñas obras de arte que se realizan en la comunidad como una tradición más. Y poco a poco las van poniendo en práctica. La habilidad y la imaginación unidas a la perseverancia les van haciendo especializarse en trabajos que pueden convertirse en un modo de vida o simplemente en un motivo para alegrar sus ratos de ocio y de paso ayudar a su economía familiar o aportar su habilidad a la vida comunitaria. Este es el caso de don José.

Don José, indígena maya, ha contemplado desde su atalaya de los 80 años, guerras y revoluciones, dictaduras militares y débiles gobiernos democráticos en su pequeño país centroamericano.

Campesino por naturaleza y por destino, su cuerpo y sus arrugas llevan impresas las huellas del sol, del viento y la lluvia, a los que toda su vida ha tenido de aliados o enemigos de sus siembras. Trabajando la tierra de sol a sol nunca ha tenido más que lo imprescindible para vivir y sacar adelante a sus nueve hijos.

Pero don José, además de trabajar la tierra sembrando milpa y frijol; cultivar productos de autoconsumo como chile, malanga, yuca, unos pocos palos de café y unas matas de cacao y cuidar a sus animales de corral, todavía encuentra ocupaciones para sus ratos de ocio. Y así a lo largo de la vida, se ha especializado en esas pequeñas artes caseras que nos humanizan.

Con un par de reglas, dos palos y unos cuantos rollos de cuerdas de colores, don José teje una hamaca que servirá de descanso al viajero, de reposo al trabajo de cada día o de cama improvisada para el visitante inesperado. Las hábiles manos de don José enlazan los hilos formando el entramado que forma el tejido, y el saber ancestral combina los colores con acierto instintivo.Tejiendo_hamacas2.jpg

En las tradiciones y costumbres del pueblo de don José, no faltan las candelas. Hay que quemar candelas al santo patrón en la fiesta, en los ritos autóctonos de la media noche, en la celebración de la Palabra de Dios y en el pequeño altar de la casa para pedir por las siembras y por el bienestar familiar. Entre las sabidurías de don José está la elaboración de esas candelas. En el corredor de la casa, junto a la cocina, coloca el armazón de caña y cuerdas que le servirá para fabricar, una a una, las candelas blancas y amarillas. Con paciencia infinita, gira el círculo de pábilos sobre los que cae la cera líquida, una y otra vez, hasta que se forma la candela del grosor deseado. Una fogata en el suelo y a la par del taburete de don José, evita que la cera se endurezca.

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Trabajar el maguey, de donde sale la pita, no es fácil, exige esfuerzo y es poco productivo, no obstante es un trabajo artesanal que requiere habilidad, paciencia y destreza y como tal hay que valorarlo.  A don José le encargan de vez en cuando, unos rollos de pita para coser los armazones de los toritos para la fiesta. El baile de toritos es una sencilla danza al son de la marimba, con figuras hechas con petate cosido con pita y decorados con pinturas semejando a toritos que bailan por parejas, ante la iglesia el día del santo patrono. Don José pone en juego toda su habilidad al unir las finas hebras de la pita y enlazarlas para conseguir los rollos de cuerda que al fin cuelgan sobre el fogón de la cocina.

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En todos estos trabajos, están presentes los niños. Observan con atención cómo el abuelo teje la hamaca, calienta la cera o tuerce la pita. De vez en cuando, atienden sus peticiones.

– Gira la rueda, pero despacito. Acércame ese guacal.

– Sí, abuelo

Y los niños se afanan en obedecer, sabiendo que su forma de aprender es observar y comenzar por hacer esas pequeñas tareas que les llenan de orgullo.

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