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Se sacó el carné a la primera. Y casi no tuvo que utilizar gafas hasta que tuvo vista cansada. Creo que nunca maldijo en nombre de su padre. Alguna vez quiso llorar, pero fue en broma.

No sufrió demasiado en el Camino, ni tuvo llagas ni ampollas ni pie de atleta. Aunque no Monte do Gozo blasfemó en pagano.

Una vez le vi pidiendo en la calle. Porque su mujer le había echado de casa. Eso sí, le daba pienso caducado a los perros y truchas pasadas a los cuatro gatos de un pueblo cerca de Becerreá.

Hizo ese trayecto mil veces y mil veces pensó, de alguna manera, en fugarse. A veces quiso comer por dos (les pasa a muchos), alguna vez, creo que una sola, pensó en ahorcarse. Iba en serio cuando hablaba de escapar. Quizá de su trabajo, quién sabe, o de su sopa siempre (manda huevos1) siempre a las dos. O de su catre hundido. De sus pocas ganas de hacer el amor.2

Y esta vez, y fue ayer, un día cualquiera de junio, se lo pensó bien.

Empezó tranquilo, como un kamikaze, sabiendo que no pasaba mucho. Empezó por parar el tren a la altura de Ponferrada, en realidad, cerca de su casa. Dejó también los vagones bien situados, no fuera a pasar como en la capital justo por estas fechas en 2013. Se cogió un nada, lo puesto, lo llevado, algo también de lo sentido. Lembrouse de toda a súa familia labriega. Se acordó de su abuelo el falangista, de su tío Pepín, el minero, y de su mismo tío, sindicado, gris, machista y poca cosa.

Se bajó, claro está. Se puso a jugar por las vías como un niño entre las zarzas. Fue haciendo equilibrismos como muchas veces de niño había hecho. Y pensó en la paradoja. Solo que esta vez era una, esta vez era suya.

Dejó a los pasajeros mendigos. Recordó a su padre (y no con palabras bonitas). “Quizá sea la única vez que salga en los periódicos”, pensó3. Pero iba a huir, iba a huir como hay Dios. Como cuando o demo se puso farruco y le cantó las cuarenta.

Fue silbando como silban los condenados (aunque fuera solo a 5 horas de jornada laboral). Y de pronto lembrouse también de su otro abuelo, el que se llamaba Magín, que pocas veces hablaba, y que le enseñó a cortar bien la leña, a tallar cruces celtas en la madera y, claro, a escribirle poemas a aquella moza, que después fue su muller. “Era bien xeitoso mi abuelo”, pensó.

Se acordó de ese abuelo tan callado, tan curioso. Y a quien una vez oyó decir: “si a loita empeza nun, rapaz, xa levas moito gañado4”.

Y se puso contento y llegó a su casa. Y su mujer había hecho tortilla de patata para cenar. Nunca se la encontraba recién hecha. Se sentó a la mesa, se llenó una copa de vino da ribeira sacra y cuando su mujer lo oyó y se levantó del sofá, le miró con una mirada nueva, lenta y serena, y se preguntó si su marido habría salido antes o si quizá estuviera enfermo. Pero solo le salió decir:

¿Qué tal te ha ido el día, Paco?

1En realidad pensó “manda carallo”.

2En realidad pensó “foder”.

3Así, tal cual, lo pensó.

4Si la lucha empieza en uno, chiquillo, ya llevas mucho ganado.

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RENFE / ALVIA

PONFERRADA-MADRID

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