Con los músculos agarrotados por la tensión y un sudor frío empapando mi cuerpo acabo de despertarme sobresaltado. Que horrible pesadilla…

Me acerco a la ventana y constato que la noche está serena y tranquila. Todo parece en orden. En la lejanía se divisan las luces del pueblo vecino. Un gato maúlla persiguiendo algún ratón huidizo. Nada más. El goteo molesto y persistente de una cañería averiada es el único detalle que perturba la paz de este instante.

Que pesadilla más siniestra… ¿Será una consecuencia directa de una vida laboral intensa y compleja? El lunes iré al médico.

Mi trabajo es uno de los más singulares jamás creado: soy imaginador. Cuando caí en la cuenta que nunca podría ganarme la vida como creador (ya sabéis que ejercer exclusivamente de poeta, escritor, compositor o pintor conlleva un alto riesgo de inestabilidad económica) y cuando tuve la certeza que la ilusión y las horas que enterraba en mi obra probablemente morirían de inanición a la espera de tiempos mejores, me sumí en un periodo oscuro de vaguedades y ambigüedades, de abatimiento vital claramente preñado de matices depresivos. La evidencia era aplastante: jamás vivirás de tu producción creativa. Nun-canun-ca… nun-ca… Ese pensamiento recurrente martilleaba mi maltrecha moral, que hacía tiempo había claudicado ante la contundencia de los hechos.

Pero un día milagroso, fuerzas inesperadas acudieron a socorrerme. Llegó la luz y con renovado espíritu me rebelé. Preso de una gran agitación y embriagado por la emoción y una euforia en mi desconocidas, proclamé saboreando con deleite: ¡¡Ahora sí!!

Decidí convertirme en imaginador, oficio singular que se atribuye a quien utiliza sin límites su imaginación para alcanzar sus obsesiones creativas.

Y a decir verdad no me ha ido tan mal… quizás incluso algo bien. Tras un periodo de aprendizaje descubrí por qué la imaginación es la fuente de energía renovable más importante de la humanidad. Cuán sencillo se torna todo cuando lo escrutas bajo el prisma de la imaginación. Los imposibles… los decides tu… si te apetece lo son, y si no… por arte de birlibirloque se esfuman. Ésa es la libertad insuperable del imaginador. Y esa libertad infinita colmó mi vida y mi ánimo desde ese momento. Se diría que incluso soy feliz. ¡¡Qué fuerte!!

Ampliar el oficio de imaginador con el de emocionador fue un paso sencillo. Emocionador es quien deliberadamente provoca emociones en el prójimo. Modestia aparte, creo que en ambos oficios mi entusiasmo y pasión me están acercando a grandes zancadas a la excelencia.

Y ahí estaba cuando sucedió lo de esta noche…

¡¡Horroroso!!

Siento pavor y el pánico paraliza mi mente.

Eso no entraba en mis cálculos.

Para nada.

Os cuento mi pesadilla.

“Vivo en un país imaginario donde casi todos sus habitantes son muy felices por que viven por encima de sus posibilidades. Sabéis eso de atar los perros con longanizas… pues mira por donde, son los de ese país. Y los gobernantes son una casta superior extremadamente corrupta pero exquisitamente perfeccionista. Un ejemplo: en tiempos no muy lejanos se fueron a ver a los que hacen diccionarios. Deseaban con fervor que les borraran una palabra que afeaba su conducta. Les molestaba y sobraba la palabra corrupción. Lo justificaban afirmando que eso de que empiece por ce y acabe con ene les daba mal rollo. Pagaron muy generosamente esos servicios por lo que de propina, los que hacían diccionarios, otra casta singular, les borraron también el verbo dimitir. Aducían los académicos, ya sabéis, una cantinela familiar… eso de que empiece con de, termine con erre y tenga tres íes es insalubre y debería estar prohibido tajantemente aquí y en cualquier otro lugar civilizado. Y así tan panchos esos mandamases se ufanaban de vivir en el país más transparente y legal del mundo. Un país en el que, según ellos, los motivos de queja eran gratuitos e injustificados. Propios de gentes envidiosas.

Pero un día ocurrió algo no previsto y uno de su camarilla tuvo, en un momento de debilidad, un ataque de honradez. Saltaron todas las alarmas y ese desgraciado fue expulsado por insolidario. Y por que suponía un grave peligro para la estabilidad del sistema.

Cuando ese hombre llega a otro país descubre con estupefacción un montón de palabras para él inexistentes y desconocidas. Ni remotamente tenía conocimiento que existían vocablos legales y de uso cotidiano como honestidad, solidaridad, trabajo o el que más le impactó… vergüenza. Una atroz sospecha le acechaba ferozmente: a saber  cuándo fueron borradas del diccionario. Hijos de la gran…

Preso de la máxima indignación decidió regresar al país imaginario con la noble intención de derrocar al gobierno corrupto.”

En ésas estábamos cuando hace unos minutos me desperté sobresaltado.

Excitado por la veracidad de lo soñado fui a consultar mi diccionario de cabecera, el que aconsejan los estamentos oficiales y avalado por el ministerio correspondiente. Con estupor descubro que después de corrugación viene corsario, después de diminuto viene dinámico y que después de vergel está vericueto. No me atrevo a mirar más. El libro parece una pesadísima losa en mi mano.

¡¡Dios mío!!

¿Qué está pasando…?

El lunes, sin falta, al médico.

NOTA: Ejerzo de músico y compositor desde hace treinta años, y leer y escribir son mis pasiones. Tengo una modesta pero para mi muy valiosa obra musical publicada (veinticinco composiciones). Dolido por la imposibilidad de poder vivir de mi creación, allá por el 2000 rompí la baraja y empecé a crear espectáculos musicales mezclando música e imaginación. Confieso gozoso, que convertirme en imaginador me ha facilitado  descubrir un universo fascinante donde mi creación es apreciada y valorada. En estos años desarrollé proyectos singulares: desde enseñar a dibujar música con la imaginación a maridajes muy sugerentes entre música, gastronomía y teatro. Lo más maravilloso, milagro bendito, alcancé algún rédito económico con que justificar las incontables horas invertidas. Imposible vivir exclusivamente de ello pero todo ayuda.

Personajes y hechos de la historia son fruto de la lucidez de una mente perturbadamente imaginativa. Cualquier coincidencia con la realidad no es casualidad.   

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