Allí estaba la Virgen con su Máquina de Café, su sueño cumplido para cumplir sus deseos a los visitantes. Ella, que nunca había imaginado lograr tan elevado título litúrgico, en su agnóstica fe, fue así nombrada, por aquel caballero de ilustre decadencia psíquica, quien osó hurtar, cual niño travieso, recortes de historia ciudadana, y que, por la conciliadora intervención de la Santa, se convenció de reparar tamaño acto delictivo. Él acudió a su encuentro, con un sobre colmado de diminutas letras estampadas por olvidadas rotativas. Así, salvó su alma de su atrevido error, una vez que las palabras de Ella, reclamando lo apropiado del bien público, lo hubieran persuadido de su origen celestial. Para él, Ella superaba la categoría de lo Humano, cuando su discurso no transmitió sentencia ni fuegos infernales, sino una súplica imperativa de restitución. Por Ella, él aceptó su necesidad de internación psiquiátrica, sin que Ella ejerciera tan alocada profesión.
Pero se corrió la voz de los mágicos poderes de aquel café. De lejanos parajes y cosmopolitas ciudades, fueron llegando los curiosos buscadores de vidas pasadas y tesoros misteriosos.
Así fue que, otro lector atravesó el umbral de aquel lúgubre edificio, donde yacía la Máquina de Café, y, con un susurro inaudible, solicitó su deseo de hallar las páginas de un periódico publicado en una fecha exacta en la que él había dejado de ser; en la que él había perdido su filiación, cuando la idea del abandono de sus padres, al ser secuestrado, lo condujo al laberinto de la alienación. Ellos, sus captores, lo torturaron indagando en su identidad, la de alguien a quien nunca había conocido en sus jóvenes 20 años. Ellos pretendían conocer su origen y su actividad subversiva al Orden. Él no comprendía su idioma ni el motivo de su crueldad ni del aislamiento de toda luz vital, en el que estaba confinado en la clandestinidad. Por aquel entonces, él dudó de sí y del amor de los suyos, que no exigían su regreso a casa. Él confundió los días en eternos años de encarcelamiento.
Así fue que la Virgen, a pesar de los obstáculos de la humedad del papel y de la oscuridad de las estanterías, hurgó hasta encontrar el capítulo de aquella historia que intentaban borrar los mediocres a cargo de la falsa preservación de la historia local y nacional.
Cuando el hombre vio la foto de sus padres y el titular donde clamaban por datos del destino de su hijo – él mismo – desaparecido un día que salió de su casa, como todos los días, para ir a estudiar, se replegó sobre la mesa donde yacía el libraco que encuadernaba el principio de su nueva encarnación. La Virgen lo vio frágil llorando, sobre el papel, las lágrimas que se empecinaba en ocultar.
Otra vez, se alzó y sus pasos llegaron al altar, donde Ella cumplía los deseos acompañados de café. Él pidió un deseo más: una copia de aquella hoja arrugada por el tiempo detenido en sus recuerdos, para nunca más olvidar quien fue antes de volver a nacer en el regazo de su madre, cuando lo alcanzó la libertad de sus opresores, pero no del fantasma que lo perseguiría en estos casi 40 años de huídas del pasado. Fue así, que él recuperó, en una foto, el regreso a su presente y su futuro, el reconocimiento de la verdad de lo que muchos le habían negado: su real desaparición.
Nuevamente, la Virgen cumplía su labor de devolver la historia a sus visitantes, mientras colocaban una moneda en la ranura de la Máquina de Café, cual oráculo délfico en el siglo XXI; hasta que los Gobernantes del Orden percibieron el peligro de tanta información y dones, y le arrebataron el hechicero poder de la infusión, y también condenaron a la Virgen al claustro de otro habitáculo que, con su amoroso poder, transformó en un jardín de mentes libres al contar de sus cuentos de hadas ordenados en las filas de una biblioteca gris.
HEMEROTECA MUNICIPAL DE MAR DEL PLATA
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