Aquel silencio comenzaba a alargarse más de lo que cabe esperar de un periodo reflexivo. Ella podía observar que el chico se impacientaba y con la mirada, otras veces inexpresiva, le increpaba para que le diera una respuesta. «Dime, ¿cómo lo supero?«, repitió él, esperando la respuesta que solucionaría todo su problema.
En la cabeza de ella se agolpaban decenas de teorías y métodos que había aprendido a lo largo de los años. «Una carrera y dos masters tienen que haberte dado alguna respuesta útil, ¿no?» Le daba vueltas y trataba de elegir la mejor respuesta, la más funcional y pragmática a modo de receta, que «sólo» habría que poner en práctica con el esfuerzo de cada día, hasta conseguir resultados satisfactorios.
Pero, ¿sería ella misma capaz de hacer lo mismo ante sus propios obstáculos? En ese instante observó su vida, como si de un intercambio de papeles se tratara y fuera ella quien estuviera sentada en el lugar de enfrente. De repente tuvo ganas de preguntarle al chico «¿y cómo lo supero yo?«, pero en lugar de eso le miró. Se le veía abrumado por los sentimientos de rechazo. Su expresión, a pesar de su corta edad, ya conformaba un rostro que, lejos de la despreocupación característica de los chavales de su edad, reflejaba la tensión del que es diferente y tiene que aprender desde muy temprano a vivir con las consecuencias que eso supone.
Días atrás la cosa hubiera sido diferente. Ella habría respondido de forma rápida y concisa. Pero hoy no podía ser de esa manera y el chico comenzaba a sentir la inseguridad que produce a un adolescente – a un niño – la vacilación del adulto. En estos tiempos (puede que siempre, no lo sé), el titubeo, lejos de interpretarse como una valoración reflexiva, supone una clara muestra de falta de seguridad, que pone a prueba la paciencia de quien escucha. Y todos sabemos que quienes primero y mejor se adaptan a sus tiempos son aquellos de más corta edad, que rápidamente copian y mejoran los patrones que observan.
En estos tiempos de fast food, prêt-à-porter y “wifis” de bolsillo, que en menos de un segundo te vomitan desde la receta del pollo teriyaki hasta cómo operar una apendicitis, se nos hace complicado y hasta raro, esperar para tener y consumir la información que buscamos. Pero esta vez, como ya se ha mencionado, era cierto que aquel silencio se alargaba más allá de una reflexión aceptable.
Y es que a veces pasan cosas en las vidas de las personas que ponen a prueba las verdades que se dan por seguras, cosas que hacen vacilar o más bien cuestionar lo que días atrás era tan cierto como el amanecer del día siguiente. Entonces, al sentir temblar esos cimientos, no hay más remedio que pararse y revalorar todo lo que de valor rodea a uno: la creencias, los miedos, las fortalezas, las debilidades, las motivaciones… Y por supuesto las personas. No es una opción en absoluto. Es un proceso que simplemente sucede como consecuencia del impacto recibido y del que la persona actúa casi como mero observador, que, con un poco de suerte y algo de lucidez, consigue aprender algo nuevo. Ya no se vuelve a ser el de antes.
Finalmente, aunque nunca fue partidaria del psicoanálisis, recordó la famosa frase de Carl Jung, «Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana» y optó por mirar con afecto al chico y decir «No te preocupes, juntos encontraremos la solución«.
ASOCIACIÓN ASPERGER VALENCIA – TEA (VALENCIA)
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