Para los médicos hay días especiales, los qué que se añoran, los que desean olvidar.  No tenía uno de ellos desde hacía mucho tiempo. Poder regresar a su casa para alimentarse  era un verdadero milagro.  La intervención quirúrgica había tardado cerca de cinco horas y fue muy  exitosa. Bastaba una hora y media a dos horas de descanso para sentir que su cerebro, se encontraba en condiciones óptimas para volver al hospital.   Susana, su esposa, maestra jardinera, está en la dulce espera. Lo entiende como nadie. Se conocieron en el consultorio y desde ese día no se separó nunca. El estar en contacto con el agua caliente, era parte de su relax necesario. Ella lo acompaña a la habitación donde  por unos segundos, cierra los ojos sintiendo casi automáticamente que su alma desea descansar.

 Los  veinte minutos de siesta hizo que el estado de ánimo del facultativo se estabilizara, dibujando una sonrisa como todos los días, después de una mañana complicada.

Unos metros antes de arribar a la clínica, Jorge observa deslizarse la puerta del garaje, dándole la bienvenida. Siente una gratificante sensación. Eran las tres de la tarde y la atención a sus pacientes se iniciaba a partir de las cuatro. Lo que le daba unos minutos para leer, responder mails o levantar las piernas sobre su escritorio y prepararse psicológicamente para trabajar intensamente durante cuatro horas más. El dinámico cirujano ya no era obeso cómo joven.Practicar deporte era dar el ejemplo a su clientela. Había realizado casi el milagro de convertirlo en una persona lo suficientemente atlética para soportar la tensión de su profesión y la de prevenir una hipertensión arterial, como la que tuvo su padre.

   Ingresa a la sala sonriente, saluda a la simpática y esbelta secretaria cuando de pronto observa que los asientos de la sala de recepción se encuentran totalmente colmados de seres humanos, sin embargo saluda con la cortesía de siempre y se dirige de prisa al consultorio.

 -¡Jésica me puedes decir que pasó! -pregunta el cirujano a su secretaria, sin poder evitar dirigir su mirada directa, sin disimulo a las bellas piernas que mostraba ingenuamente debajo de la  minifalda.

 Doctor, decidieron venir antes, ya que el tráfico en la ciudad está insoportable -respondió la recepcionista.

 ¡Da la impresión que se pusieron de acuerdo, en fin déjame que me siente un minuto por favor! –casi suplicaba el Doctor sin pensar que sus ruegos no serían escuchados por nadie y que sus horas de trabajo ya no serían cuatro esa tarde sino cinco.

  Cuando el sonido de un teléfono es melódico, inmediatamente ofrece una grata sensación a nuestro cerebro. Ese  acorde puede entonces ser codificado como un placer atender la llamada, pero cuando  es destinado para el trabajo la situación cambia un poco. Realmente podría alterar a cualquiera, sí a ése teléfono le agregamos dos más y encima  con el celular personal. Entender  si las bellas  melodías de orquestas sinfónicas  no se ponen de acuerdo, las cuerdas se superponen a la teclas,  todos a la vez creando una atmósfera de verdadero caos de sonidos no sólo para los oídos, sino para él cerebro. La cabeza comienza a girar para intentar saber cual es el que debe atender.

 -¡Doctor, disculpe que lo interrumpa, Centro Médico desea pasar a cobrar ahora! –comunica la secretaria por el teléfono interno.

 -¡Pero…ahora, no entiendo, ellos siempre se demoran en cobrar y estoy atendiendo las consultas, diles que si puede ser el lunes, total recién hemos utilizado sus insumos hace unas horas! –respondió el cirujano disculpándose ante su paciente por la interrupción.

 -¡ Bien doctor, pero también ha llamado la señora Gonzalez, quiere que se comunique urgente, piensa operarse cuanto antes porque comienzan sus clases! –informa la dulce secretaria.

 ¡Muy bien los llamaré luego, diles que estoy en consulta y no puedo atenderlos! –responde.

  Los minutos transcurrían y el agotado Doctor Jorge,  sólo pensaba en llegar a su casa, eso bastaba para sentir las fuerzas necesarias para seguir adelante. Los pacientes salían y entraban de su consultorio,  nuevas recetas, controles, curaciones. Desplazándose, cada vez que disponía de unos minutos, hacia el área de hospitalización para observar la evolución del paciente recientemente operado.

 -¡Doctor, tengo en la línea al señor Alejandro Rey, dice que le duele la pierna izquierda y se encuentra asustado, quiere que lo llame urgente. Bueno también ha llamado la señora Angélica, el esposo le aconseja que la opere el próximo viernes en el horario  pactado  –interrumpía la aturdida secretaria con temor de molestar a su jefe.

 ¡Bien tienes mis celulares y todos los teléfonos, diles que los llamaré a la brevedad posible, pero ayúdame que ya estoy realmente mareado! – expresa Jorge casi desesperado.

 -¡Pues que esperen, no puedo hacer más,  que pase  el  siguiente paciente! –ordena el doctor.

 Era hora del cierre del consultorio, el médico se comunica con su secretaria para saber si quedaban personas en la sala sin atender. Los pacientes pasaron uno tras otro, los teléfonos cumplieron con su  función hasta el último momento, no dejando un minuto de respiro, pero por fin culminó el día. Era viernes y generalmente el  cirujano no acudía a ningún sitio, ya que siempre terminaba casi destrozado físico y mentalmente debido al extenuante trabajo  semanal. Siempre amable con una sonrisa, saludaba al personal, deseando, un descanso reparador.

 -Mañana haré lo que no hago hace mucho tiempo, me quedaré en la cama y punto, soportaré hasta un cataclismo, pero nadie me moverá de allí –pensaba. Encontrar la paz y el silencio que necesitaba para comenzar una nueva semana. Compartir el último mes de embarazo de su esposa, era lo único que deseaba. Lo demás será otro día.

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