Ayer como parte de la festividad por las fiestas patrias celebradas en Perú fui a una feria llamada Fexticum y realizada en Monsefú, Chiclayo. Mientras me encontraba visitando los distintos puestos, llegué a uno donde vendían pan y el cual llamó mi atención de inmediato por su estilo de horno, ya que me hizo recordar a mi viaje de hace 7 años.
Cuando tenía 21 años fui con mis abuelos a visitar el pueblo donde nació y pasó su infancia mi abuelita, y que se encuentra ubicado en Cajamarca perteneciente a la sierra del Perú. Si bien su carretera era bastante estrecha y un poco empedrada, además que en el primer día lo más probablemente es que te de soroche, era un pueblo con un paisaje realmente hermoso y una comida muy rica, siendo muy famoso por sus quesos y panes, ya que eran muy ricos y tenian una gran variedad.
Mi abuelita al ser de ese pueblo y además porque lo visitaba cada dos años, ya tenía los lugares donde mandaba a preparar los panes o como ella decía «sus caseras». En el segundo día que llegamos, cuando ya me había pasado el mal de altura, la acompañé a hacer el pedido de pan, creyendo al principio que nos dirigiríamos a una gran panadería; sin embargo, al llegar al lugar me di con la sorpresa que no era como me lo había imaginado. Por fuera la fachada era como la de las otras casas, no contaba con ningún letrero, tan solo resaltaba una pequeña puerta celeste de madera.
Tras dar unos golpes a la puerta, nos recibió una señora de baja estatura y cabello canoso recogido por una trenza, con un mandil de tela a la altura de la cintura lleno de harina, en el cual se limpío ambas manos y nos saludó amablemente invitandonos a pasar. En el interior, se encontraba otra señora que también nos saludo. El lugar era un poco oscuro ya que solo se iluminaba con la luz que ingresaba de la calle y un pequeño foquito que emitía una luz tenue, se percibía el olor a leña, el cual era aún más fuerte que el mismo olor del pan. Adentro había unas tres mesas de madera cubiertas con restos de harina, canastas de paja y trapos.
La señora que nos recibió se puso a conversar con mi abuelita poniéndola al día de los ultimos acontecimientos. Mientras tanto, yo me puse a observar la forma en la que la otra señora amasaba las masas de pan y formaba los bollitos que posteriormente cubría con uno de los trapitos, al mismo tiempo que participaba también de la conversación. En un momento paró dicha actividad y se dirigió al horno, el cual era como una pequeña cueva que tenía una pequeña puerta de metal donde con una especie de lata con manga iba sacando los panes y colocando otro tanto que se encontraban en una de las mesas cubiertas con un trapo de tela.
Al salir del lugar, quedó conmigo el olor entre leña y pan, no solo impregnado en mi ropa, sino también en mi memoria.
Es por ello que al ver ese horno artesanal de leña en el festival, esa anécdota vino a mi memoria como una especie de flashback, anhelando volver a visitar ese hermoso pueblo y en especial esa panadería.
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