Mi abuela enseñó a mi madre los secretos de un buen amasado, las caricias llenas de amor para con la masa y luego dejar que el reposo en complicidad con la levadura, puedan liudar dando volumen al pan. Calentar el horno también es una tarea importante para obtener un producto final de calidad y con un buen tostado, en donde no pueda escapar ninguna migaja de amor. El pan siempre tuvo una importancia tal, que se elevó a la altura de lo sagrado, se asimiló con la cara de Dios, y el respeto por él se nos enseñó desde niños. Quizás por eso se transformó en el alimento mas importante para acompañar el desayuno, el almuerzo y nuestras tradicionales onces. Fue una manera de estar mas cerca de Dios.

El olor de un pan recién horneado nos abría el apetito de forma intantánea, nada mas suculento que abrir un pan caliente y dejar que la mantequilla se derritiese en su corazon como alma enamorada. El pan incondicionalmente fue nuestro fiel aliado para combatir el hambre infame en las jornadas escolares y después en los trabajos del campo. Siempre supimos que el sandwich preparado por nuestra madre, mas que un bocado, era una verdadera caricia maternal.

Mi abuela aprendió de sus antepasados, quienes lleagaron a Chile, desde la madre patria, como llamamos a España. El pan por tradición de los peninsulares se transformó en el alimento básico de una nación completa, los chilenos somos buenos para el pan.

Es por eso que en mi casa del campo, este noble alimento que acompañó a la familia desde siempre, no ha dejado nunca de producirse, de disfrutarse y de vivirlo como una identidad familiar, porque cada familia lo hace propio del mismo modo que las abuelas lo enseñaron.

Esta vez soy yo quien amasa, mis manos se funden en la masa y mas que amor son recuerdos los que allí fermentan con la levadura, no está la abuela ni mis padres, amaso para mí. Ahora que estoy solo, puedo comprender el ritual ceremonioso del pan, era para compartirlo y entregar amor horneado en miguitas. Lo seguiré disfrutando, porque al comerlo estoy mas cerca de todos, de los abuelos ibéricos que trajeron la receta, de mis padres y vuelvo a sentir que con cada pan, estoy mas cerca de Dios. 

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