¿Podemos hablar de algo?

¿Podemos hablar de algo?

Neecrom

25/07/2023

-El pan está duro. -Fue lo que dijo en un corto movimiento, para luego continuar mirando por la ventana. Su cráneo daba la impresión de pesar lo mismo que una pluma, apoyado en su mano con desinterés. Para disgusto de la mujer, el inocuo antejardín le robaba toda la atención.

No era la respuesta que esperaba, siendo esta una petición tan importante para ella, al menos en ese frágil momento.

-Si, lo está, es normal cuando se estropea.

-Qué desperdicio, no estamos tan bien para botar monedas así.

-Aún lo podemos usar, ¿no?

El hombre realizó un ademán mezquino, como si hubiera escuchado las palabras más tontas de la década.

-Si quieres comer pan duro, puedes hacerlo.

-Me refiero a preparar algo como, no lo sé, budín de pan.

De un suspiro alejó la vista de la ventana y la movió en su dirección. Parecía listo para conversar con ella, pero se encontraba ensimismado con un vacío infinito que veía a través de su cuerpo.

-Solo necesitamos leche, huevos, azúcar…

-Falta pan- interrumpió.

En el silencio que dejó, corto y grosero, la mujer, por reflejo de incomodidad, comenzó a juguetear con el anillo en su dedo anular, casi sentía que era un manubrio que le permitía manejar su tren de pensamiento. Al intentar volver a abrir la boca para hablar, el hombre con brusquedad detuvo su voz.

-A menos que quieras malgastar más pan no te alcanza. Te quedaría una porción individual bien pequeña.

-¿La quieres?

-No.

A pesar de lo descortés que era el hombre, los ojos incrédulos de la mujer podían ver a través de esta pared de alambre de púas, podían ver la intensa tristeza que escondian.

– Crutones.

-¿Crutones?

-Son pequeños cuadrados de pan, se doran y se les ponen condimentos.

-Entonces. ¿Es pan duro condimentado?

-Dicho así cualquier cosa es mala ¿El té es solo agua y hojas vieja?- la pregunta llevaba consigo una imitación burlesca del hombre, al que no le hizo ni una gracia, pero si a la mujer, que lo miraba con picardía, y una sonrisa que, en un día normal, habría llenado de gustosos recuerdos de miel, se habrían derretido expuestos al tenue calor que emanaba la tarde.

-En ese caso, puedes solo tostarlo, te queda igual con menos trabajo.

-¿Lo tuesto?

-Mientras te lo comas tú.

-Aguafiestas.

Continuaron sentados en la mesa del comedor por unos minutos en silencio, reminiscentes de lo que era en la antigüedad esperar los golpes en la puerta, ahora solo una tradición ingrata que no podían detener. El hombre cerraba los ojos en calma, y la mujer golpeaba el pan con la uña, haciendo un “tac tac” que le ayudaba a pensar.

-Podemos echarlos en la ensalada.

-¿huh?

-Los crutones, a la ensalada César por ejemplo.

Sin dejar de apoyarse en su mano, rasco su cien en un acto de reflexión.

-¿Está bueno?

-En lo personal no me gusta.

-¿Piensas que a mí sí?

-Pues… podría.

-¿Por qué no te gusta?

-Es muy seco, y me arruina el pan crujiente en medio de las verduras.

-¿No se pone blando?

-Algo.

-Espera ¿Es solo ensalada con pan duro mezclado?

El hombre podía ver los engranajes girar en la cabeza de la mujer, la miraba con seriedad, pero esa tontuna en su cara le llenaba de regocijo invisible.

-Pensándolo bien, no creo que te gusten.

-Piensas bien.

Al marcar las cinco y media en el reloj de la pared, los golpecitos en el pan comenzaron a ocurrir con menos frecuencia, semejante a un corazón moribundo, que con lentitud, disminuia sus latidos hasta detenerse completamente, lo que llamó al hombre a mirar a la dama que tenía enfrente. Duelo, angustia, pena, culpa, nostalgia, nunca fue bueno en esto de leer emociones, tampoco para descifrar a esta persona, una persona que conoce hace tanto y ama con locura, pero si algo logró recolectar de ella ahora, fue su dolor.

-Cuando trabajaba en el observatorio…

La iniciativa del hombre la sorprendió, plasmándose en un gesto atónito.

-…las noches se ponían heladísimas, entre la altura y el clima, uno tiritaba como loco. Las noches eran lo peor, andábamos con un solo hervidor, y nos compartíamos el agua caliente. Todos traían café y té, pero yo, tremendo zopenco, llevaba solo pan. Era tristísimo ver a todos tomando té y café, mientras yo me comía mi pan con un vaso de agua. Creo que le di pena a uno, este traía sobres de sopa y me lo compartió, yo le di la mitad de mi pan. No entendí por qué echó los trozos de pan a la sopa, pero tenía una cara de felicidad, era como si nunca hubiera pasado frío ni pena en su vida.

La habitación irradiaba compasión mutua, un entendimiento de algo que anhelaban en este desierto que había dejado la pérdida y el distanciamiento.

-Crees tú… ¿Qué el pan duro sirva?

-Los crutones sirven- respondió en una extensa sonrisa, parecía detener hasta las lágrimas aún no formadas.

No les tomó mucho hervir el agua, tampoco verter dos sobres de sopa. El hombre cortaba el pan, mientras la mujer preparaba los recipientes.

De vuelta en los asientos, comieron sus improvisadas meriendas, acompañados del silencio que les otorgaba el atardecer.

-Deberíamos dejar de comprar un pan demás.

-Es difícil dejar las costumbres.

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