Experiencia sensorial

Experiencia sensorial

J. A. Gómez

18/07/2023

El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí está, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. El teléfono suena bajo el agua, tonos ahogados para composiciones descompuestas. Pan, tres letras sacadas a la luz allá por el seis mil antes de Cristo en alguna parte de Sumeria o en el sur de Mesopotamia. La lluvia purga la acera y pasos lejanos el hormigón… apenas importa. Su esposa apoya las manos sobre la masa, retorciéndola lentamente, sin pensarlo, sin dirigirlo, simplemente amasando como terapia milagrosa de milagros inadmisibles. Él acompaña cada movimiento, dejando resbalar las suyas contra las de ella. Ambos suspiran perlados en sudor comedido… ingredientes perfectamente mezclados. Amasado lento, casi sin quererlo. Levadura, agua, sal y harina fermentando.

 Pronto se dirán adiós, muy pronto empero hasta entonces el horno seguirá prendido y los sacos de género apilados en la trastienda. Sus manos pegajosas resbalan por el cuerpo del otro. Gestos cómplices, corazones henchidos de penuria, descargas eléctricas a la altura del estómago, suspiros que suspirando buscan sentido al por qué de las cosas.

 Derredor mobiliario de frío acero inoxidable; otra noche más para dar forma al producto de la tierra. Segunda fermentación, corte del pan y elaboración. Ventanas cerradas y azulejos blancos en las paredes. Éstos se han puesto a contar los negros.

 El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí esta, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. Su mujer gira el rodillo despacio, agilidad maestra en muñecas de muñeca. Esparce más harina sobre la mesa para trabajar la masa. La mano de él viste la de ella mientras la otra se pierde entre sus pechos. Susurros laicos al oído, alaridos tardíos y labio inferior frotándose contra su mejilla de mujer. Rodillo hábilmente vas y vienes, mecánicamente… más harina, punto de sal, artesa de madera…

 Ahogado en dolencia odiosa y pertinaz, ausencia de rabiosa dependencia. Sigue lloviendo, relámpagos furtivos anuncian la llegada del invierno. Mordisco lascivo de oreja y sílabas mutiladas por respiraciones entrecortadas. Leña de encina hacinada en el almacén ¡arderá! ¡No te vayas de mi vera! Horno impaciente aguardas con pulcra santidad. Bocas impacientes por fusionarse… nada malo. Manos que descienden descendidas y levadura madre que sube subiendo. Allá por el seis mil antes de Cristo…

 De refilón gasolina para asfixiar tanto fuego. Labio sobre labio, pecando libres de pecado. Harina rehogada y sobrecalentada, brazos experimentados, delantales blancos y cofias a juego. Otra hornada, probablemente de las últimas…

 El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí está, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. Otra llamada distorsionada, tonos ahogados que de más a menos deletrean el oficio. Suspiros maritales, excesos y decesos en duetos descarnados… ¡qué más da gritar si has perdido la voz! Golpes de pecho y golpes de espalda. ¡Mi cargo es tan grande como el de cualquiera! Tú, siéndolo todo para mí atiza presta la masa contra la mesa, tres veces al menos. Santíguate mientras dibujas la Santa Cruz en cada pan…

 Él le agarra ambos pechos, mordiéndole el lóbulo de la oreja. Ella gime, sin dejar de retorcer más masa. Los dos con sus cabellos tintados de blanco juegan a juegos de mayores. Otro relámpago, quizás traiga noticias del más allá… pero hasta entonces siguen siendo marido y mujer y regentes de sus vidas.

 Fuera delantal, incordia molestia. Ella se queda rápidamente en ropa interior, él no tarda. ¡Fuera falsas propensiones! Segunda fermentación para corte del pan inminente. Afuera el frío toca a la puerta. ¡Qué importa si accede al interior! Mira en la esquina, allá, decepcionada, la amasadora eléctrica aguarda mejor ocasión.

 ¡Susúrrame al oído! La masa calentada se retuerce. El horno se desespera, la báscula ha rodado por el suelo, las manos vuelven a conjurarse y los gritos sofocados se enmarañan…

 El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí está, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. Las cuatro de la mañana, sin embargo ¿qué prisa puede tener un muerto que sabe que lo está? Él derrama la jarra por entre los pechos de ella, descendiendo vertiginosamente hasta la ingle. Ella gime provocadora, mordiéndose un dedo. La aprieta contra su cuerpo viril, encendido a la par que castigado, desde atrás, como si no fuese más que una fantasía nocturna…

 En la radio pinchan música barroca. Son ya son las cinco de la mañana y curiosamente ahora son los azulejos negros los que cuentan los blancos. Pasan revista, parece no faltar ninguno y eso que son mucho más, con muchas más junturas. Otra llamada persistente, infortunada de ella pues bajo el agua son ecos ondulados.

 Apretones y pellizcos donde la espalda pierde su noble nombre; manos estiradas, aliento vaporoso y curvas perfectamente imperfectas. Suspiros suspirados y gemidos gimiendo. Los dedos de ella perdidos por debajo del ombligo de él. Miradas prendidas al son del vals. Harina triga tirada. He aquí el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

 El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí está, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. Que ni el tiempo ose escudriñarla, mucho menos acariciarla con sus zarpas mefistofélicas. Ella, doblada sobre la mesa como junco de río… jadea. Él sopesando semanas inciertas empero riéndose hasta de su último aliento. Leve empujón de cadera… no hay culpables para con los designios del sino.

 Azota la espalda de su mujer con lengua sabor centeno. Ella lo aprieta para que no se separe ¡más que nunca será nunca más! Nada debe interponerse en aquel juramento que reza: “hasta que la muerte os separe”. Grifo mal cerrado, banquetas y ropa por el suelo. Estos Amantes de Teruel son dos gorriones sobre el nido en el que están criando.

 El cáncer lo devora por dentro rápidamente y sin embargo allí está, detrás de ella, besándole el cuello. Ella parkinson precoz y sueños quebrados. La noche se consume como se consumen cuerpos aquejados. Ella lo llama, él la llama, se aman. Dos apasionados listos para decirse adiós; dos necesitados extraviados de cualquier esperanza. Hagamos que ni pasa ni pasará nada… ¡intentémoslo por lo menos! En esta madrugada tardía no habrá vuelos córvidos…

 Ella grita, él grita y en pleno griterío otro relámpago. Destella poderoso en el cielo muriendo donde los mortales hacen vida. Justo en ese trance ancestral ambos quedan exhaustos, uno sobre la otra y la otra sobre el uno, confundiéndose sus cuerpos desconsolados. Vocablos tiernos hechos obleas, tiernos panes para bocadillos atiborrando mesas de cartón. Ojos llorosos con lágrimas contenidas; almas amasando en profuso dolor. Aliento harinoso, sopla y se irá. Ojos salinos, agrios, amargos, almas químicas mezcladas en contenedores de cantidad antes que calidad. Esta noche no habrá pan así que mejor apaguemos el horno. Esta noche no, solamente amor, agridulce como poco…

 Dos cuerpos iluminados a pesar de lo próximo. Abrazados, cumpliendo su voluntad y no aquella que la enfermedad dicte. Él se irá antes que ella, mucho antes pero hasta ese momento vive, ambos viven. Al día siguiente seguirán haciendo pan, amasando sus cuerpos hasta el final.

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