¡PAN CON CORAZÓN!

¡PAN CON CORAZÓN!

Por estos parajes del sur de España. A mediados del siglo XX en un pueblo próximo al mar y donde tuve  el privilegio de pasar todas las vacaciones de mi vida. Las familias tenían todos los hijos que Dios quisiera,  entre cuatro, siete nueve etc. 

Quisiera resaltar la voluntad de esas mujeres y hombres del campo, anónimos, fuertes, entregados, quitándose horas de sueño, sin quejas, sin descanso, sin fatiga.

“Señó Manué” alto, enjuto, moreno, marcado su rostro por surcos profundos generados al caliente sol y vida a la intemperie, por filtro un pañuelo bajo el sombrero de paja  cómo única protección. Acarreaba la leña en su carro con su borrico y la metía por la puerta trasera de la casa de mi abuela. Él vivía solo  en el monte de la dehesa, había tenido un único hijo, su mujer lo abandonó. Vivió hasta los noventa años “sin haber padecido  ninguna calenturilla de luna” decía a mi madre cada verano. 

La dehesa ubicada en zona de duros terrenos llanos y algunos cerros colorados, donde el cultivo principal eran la higuera, el algodón, eucaliptos, pinos, almendros, algunos melocotoneros, granados y algunas cepas más las ovejas,  custodiadas  por un pastor su mujer y sus nueve hijos y los perrillos pastores que fuera la defensa indispensable. Manuel cambiaba su habitáculo según los nuevos boliches de carbón que iba elaborando capa a capa de leña hasta obtener el cisco.

Lograba que no le faltará al horno la leña bien cortada a la chimenea y los sacos de buen cisco para calentar toda la casa con los braseros durante el frío invierno. 

Al amanecer, introducían las palas de madera con las hogazas en el horno de leña ya caliente, que desde la madrugada preparaban partiendo de una masa madre mantenida para elaborar el pan día tras día. Alimento básico que no podía faltar. Se quitaban horas de descanso, por pura necesidad.  Así mismo, en las fechas tradicionales; Navidad, Semana Santa y algunas fechas señaladas,  introducían algún bizcocho, rosquitos, tortas de almendra. Y el cabello de ángel y la carne membrillo, en cajitas de madera las recibíamos con gran júbilo también. 

Y yo temblaba cuando uno de los primeros relinches del caballo de mi padre iba alcanzando cuadra y la charet y la mula que llevará al otro Manuel marido de Carmen, a repartir el bocadillo a los hombres a la hora del cigarrillo ¡qué también llegó para mal! de las Américas. Tras su salida diaria al amanecer. 

Al canto del gallo, buen despertador, tras tomar su café portugués, se recorría la finca para ver las labores y el ganado. Volvía al sol puesto, refrescarse y a la nave con la romana, el cuaderno y el lápiz a pesar los sacos de higos. Y esto era el pan de cada día.  Llegaba con su tez morena también maltratada por ese sol abrasador del verano y mi madre salía corriendo a recibirle. 

Esteras extendidas al sol, secado de higos. 

El caserío de mi  abuela tenía horno de panadería en los corrales y ella y su fiel CARMEN CINTA, que tuvo siete hijos, por lo que mi madre le añadía un  dormitorio más de nuestra casa contigua, cada vez que se ampliara su familia. Eran mujeres “de banderas” hacían el sustento principal, daba gusto verlas con sendos delantales blancos enormes.

DULCES de generación en generación.

Por entonces algunos matrimonios de gañanes vivían en estos campos en casitas diseminadas en plena naturaleza. Junto al molino de agua, la noria en la alberca con el borrico, que regara algunas matas de habichuelas, pimientos, tomates, “papas” como las nombramos en Andalucía, el otro sustento que salvara Europa de la hambruna, tubérculo llegado cuál magnífico maná de la fértil Sudamérica. Así como calabazas, melones y sandías que servían para alimentar junto con los higos algunos guarrinos que se criaban para la casa, al objeto de hacer la matanza anual y obtener alguna chacina en embutidos que formarán parte del  mantenimiento perfecto en alimentación  junto con las carnes en manteca conservadas en orzas para el año, que cumplían su función.

Con la pella del animal cortada en daditos, se sacaban  los chicharrones, que una vez fritos con sus ajos, pimientos, orégano y pimentón Dulce y con una buena porción de pan tierno, nos prodigaban riquísimos manjares en un estupendo día de fiesta para los “chiquillos” y para los mayores un gran trabajo de elaboración.

El bocadillo de chorizo o manteca colorá” no faltaba. 

Las hogazas guardadas en tinajas de barro con sus tapaderas se conservaban tiernas. 
Las tortas de estos chicharrones eran especiales. 

Los jamones se salaban para curarlos en el transcurso de dos años.

Los caminos eran arenosos con guijarros sueltos, que si te caías se te clavaban, aún marcadas se ven  en mi rodilla algunas de aquellas cicatrices. 

                        PAN CALIENTE…

pan tierno, pan certero,

pan consuelo para los estómagos hambrientos, 

elaborado con amor, 

por manos muy trabajadas, 

Amasa que te amasa a un tiempo, 

con suavidad y destreza, 

incansables, pacientes, 

hasta doblar su volumen, 

la masa y el niño con mucho cariño, bien tapados, 

para todos de enorme deleite 

Del cereal a la artesa, 

pan recién horneado.  

al calor de la lumbre, cantando o contando cuentos, 

-valiente es el ahínco de esa lucha con los valores de siempre- 

donde laboran alegres y contentas 

familias  por lograr  el sustento indispensable de supervivencia, 

esos panes tostaditos y de cortezas crujientes que da el horno de leña, con olores a pino, romero y jara y a la salida del sol trasminan todos sus aromas al hogar desde la noche hasta el alba..,
olores a tierra mojada a beso, a despertar de nuestra abnegada madre, 
a risas en el juego de almohadas y las disputas de mis hermanos por comer el sello central de la boba blanca. 

Resurgen los recuerdos de la temprana edad, cuando todo para nosotros fuera importante, 

cuidar de nuestro hermano a pesar de su Síndrome Down con tanto amor,  ella, con su buen carácter, hacía fácil hasta lo más difícil. 
Al atardecer, acudir al gallinero  y en nuestro canastito recoger los huevos frescos. 

Esperar los cercados de las ovejas preparar por el pastor cerca del caserío.  Era un verdadero placer acariciar a la oveja más chiquitita y ponerle un lazito. Preguntar mi madre; hola Celestino ¿que le pasa a esa oveja? 
Y el contestar: señora es su “caraite”
Salir a su encuentro por los caminos. 

Esperar a mi hermano mayor cuando con siete año llegaba cargado con un manojo de pajaritos, que lo hacía para que no se comieran las verduras del huerto. A pesar de sus espantapájaros. 

Subirnos al trillo. En la era se aventaban garbanzos.  

Y pendientes del carro para subirnos e irnos a los almejares; ver extender los higos en las esteras en los cerros para su secado. 

Óleo/tabla

EN COCINA

Un verano diferente. Un mundo diferente. 

Ya no hay ovejas en San Miguel, ni mosquitos; una candela en la era y embadurnarnos de vinagre y aceite eran alivio a picaduras de enormes ronchas. 

HUELVA y ¡sus buenos mulos! 

Todo cambió. 

Ya mi abuela murió plácidamente. María me voy a dormir la siesta y no se levantó jamás. 

Ya no hay gallinero, ya no hay pastor, ya sus hijos volaron a la ciudad en busca de un mundo “mejor” 


Ya a la “caló” del verano mucha crema de protección. 

Ya la vaca suiza y alguna cabrita no nos da la leche. 


Ya el brik de sucedáneos de leches hicieron eliminar explotaciones de vacas Holstein. 

Ya los alimentos con aditivos químicos,  contraproducentes para la salud. 

Ya el pan no huele a pan. 

Ya mis padres y mis hermanos son polvo de Estrellas. 

Enseñanzas ausentes de hombres y mujeres de aquella Dulce época quedaron clavados en mi memoria. 
Aún quedan los platos de granadas en Septiembre y la vendimia. 



Año 2023, mundos  distintos, donde paradójicamente internet abarca nuestro tiempo, prefabricado el pan, prioritariamente abrir WhatsApps y redes.  El orbe imbuido del medio. En un mundo desvirtuado en múltiples aspectos y que no hacemos mucho por mejorar, aunque sigamos en algunos meridianos consumiendo PAN día trás día.

¿Es aquél el mundo entre algodones,  o es este? 

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