María estampó un beso en la boca de José y dijo suavemente <<quiero estar contigo>>.
No podía dejar escapar la oportunidad que se le presentaba. María, lo había observado desde la ventana de la sala de su casa. José, comúnmente se aparecía en la puerta principal de la quinta donde vivía a eso de las ocho de la noche, seguía y miraba la amplia calle, los peatones y si reconocía alguna persona la saludaba con un movimiento de cabeza con un gesto de venia en señal de amistad. En verano lo hacía sin faltar un solo día. Le intrigaba la puntualidad de tal actitud, también la media hora aproximada de su permanencia antes de entrar nuevamente a su casa. No había percibido que él se fijara en ella, a pesar de ser la quinceañera más requerida en su barrio, ninguna amiga o amigo de su entorno le habían mencionada si alguna vez preguntó por ella. Era seguro que no la ignoraba, pero su interés por ella no tenía que ver con los deseos de cortejarla. Muchos amigos de la misma edad se le habían lanzado, alardeaban de los buenos chapes que habían disfrutado. Para ella, cada intento de compartir una relación empezaba por un beso forzado, los chicos después del referido ósculo, la miraban esperando su respuesta con otro beso, no lo lograban, La habían besado, pero ella no. De vez en cuando pensaba que un beso, podía ser el comienzo de algo, que si lo deseaba y se realizaba no podía haber vuelta atrás, no era temor lo que sentía, finalmente la vida tiene mucho de emoción y poco de razón, en este pensamiento no podía entrar la duda, el no atreverse, si afectivamente sentía algo tiene que aflorar en un gesto, era propicio ese momento, una noche de luna llena, esa imagen apareció y no era desconocido para ella, solo tenía que salir de su casa cruzar la calzada acercarse decididamente y actuar de la mejor manera esperando la respuesta de José. No se comportaba como el lobo en busca de caperucita, tampoco sabía que tan virgen eran los labios de José, si había sido besado, si había aceptado, disfrutado, rechazado. Era su vecino, no sabía mucho de él, solo el halo de misterio con que hacia sus apariciones. Más de un saludo, de hola, que tal como estás, no había pasado. Se animó, se tomó la libertad de poder hacerlo y, lo hizo. La podía demandar por acoso, pero creía que no había violentado nada, lo había hecho de la manera más afectiva y cariñosa de lo que era capaz, él tenía la libertad de rechazarla, humillarla con un desplante, de decirle que no estaba de acuerdo en estar con ella, que no le gustaba, que por ser la chica más deseada del barrio no tenía por qué caer a sus pies, que nunca nadie había besado sus labios y a él le correspondía la iniciativa.
Después del beso, Marìa, se separó lentamente y esperó la respuesta.
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