Los más dulces besos.
– ¡Ah, nada más hermoso que el beso no dado! Me permite imaginarlo de mil formas diferentes y con tantos sabores que no puedo negarme a sentirlo tan real…
Es una tontería, pero déjeme soñar con su perfume y permíteme contarte mi triste historia. Después sacarás tus propias conclusiones.
Si estoy aquí, fue por ella. Y si esos besos tibios, almendrados e inocentes no llegaron a destino, culpemos al propio destino, que se interpuso en el amor más grande de todos los tiempos…
-No debió ser para tanto. -Interrumpió su fiel oyente.
En ese tiempo yo fui el joven Romeo, enamorado hasta la coronilla de mi Julieta. Y vaya que curiosidad, porque realmente así se llamaba.
– ¡Ja, ja!
– ¿Se burla de mí? Vaya, vaya, qué desconsiderada de su parte… ¿Entonces qué haces aquí? ¿También está loca? Porque eso dijeron de mí, cuando hablaba con el viento de lo bella que era mi Penélope. ¿Penélope? Oh perdón, quizá necesito un descanso… Mi Julieta, señorita periodista, porque no me está mintiendo ¿verdad? Y, ¿y para qué revista escribe?… Ha, ya recuerdo; bueno como le decía, mi querida Julieta, era una flor inmaculada, la más bella de todas las flores. Y sus besos llegaban a mí, a través del vidrio de la ventana de su cuarto. Y tenían alas tan ligeras que apenas se lo imaginaba ya salían volando hacia mí encuentro. Claro, yo ya estaba preparado para el impacto, con los labios apoyados en el ventanal del mío.
…Apenas un terreno baldío se interponía entre nosotros. Pero créame señorita periodista, que no hizo falta una proximidad más cercana para saber que estábamos bien enamorados, como las orugas de las moras. Nuestras miradas encendidas, fueron fiel reflejo de nuestras almas gemelas. Hubo veces que mantuvimos las miradas sin pestañear largo rato, haciendo gusto por nuestra sociedad secreta. Eso pasaba cuando sentada en el umbral de la verja de su casa, esperaba mi llegada a la canchita de fútbol frente a su casa y para mi placer la pelota siempre iba hacia ella.
¡Eso era suficiente para estar feliz el resto del día! Mi corazón galopaba libre a sus manos, ella lo tomaba como suyo y con una suave caricia entre los dedos que se tocaban, me devolvía el balón.
Día tras día, noche tras noche fuimos novios, dueños de los mejores besos jamás dados, dueños de una inocencia mágica y poética de doce años.
Porque si algo hermosos hubo en esos besos no dados, es que todavía guardo ese maravilloso sabor.
De pronto un silencio anacrónico y pueril, se apoderó del momento. Él, hurgó en los ojos de su interlocutora y notó que una lágrima corría con destino al piso. Sacó pronto un pañuelo del bolsillo de su saco marrón y en un solo movimiento suave y cadencioso, la detuvo en el aire.
Después de unos segundos de contemplarse, las miradas recobraron el aliento y sin poder evitarlo, sus labios se unieron mágicamente una vez más…
FIN.
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