Empezó tirando besitos con la mano que todos a su alrededor recogíamos. Más tarde arrimaba la mejilla a quien le decía: ¿me das un besito? A sus muñecos sí se los daba: Hipo, Mario, Koala… Los abrazaba fuerte y les propiciaba besos y más besos. Con mamá se roza los labios, pero la que da el beso soy yo. Un día le dio un beso a papá en el carrillo, 13 de marzo. Apuntado queda porque ocurrió dos días después del cumpleaños de mi padre. Ahora me doy cuenta de la casualidad-causalidad. Mi familia no es nada besucona, la de Carlos sí. En casa de los padres de Carlos llueven besos a todas horas, en la mía hay que mendigarlos. Quizás ese día de cumpleaños le di un beso a mi padre y Romeo lo vio. Ahora papá y mamá se han inventado una fórmula mixta: “un beso sándwich”, que es un beso de los dos a la vez, carita de Romeo en medio. Le gusta mucho. Luego quiere que cambiemos, pero no le sale, sólo pone el moflete pero no da beso. Ayer llegaba su padre de trabajar y Romeo a gritos pedía un beso tornillo. Ha sido el último invento, un beso en el moflete con aspiración. Además besa el teléfono cuando se quiere despedir. Nadie, que yo sepa, le dijo que lo tenía que hacer así, invención propia.

Tengo apuntado el primer beso que me dio, el 11 de mayo del 2012. Desde entonces no han cesado los besos. Al principio me sorprendía mucho por el historial que tiene mi familia. Ahora, mezclado con el de la familia de Carlos, no me extraña el resultado. Desde que se levanta hasta que se acuesta me propicia besos y más besos. Ya desde la cama, desperezándose, busca mi cara para darme un beso en la mejilla, primero en una y luego en la otra. Tiene que ser así. Si yo no muevo la cara, me la mueve él. Me agarra la nariz como si fuera el timón y me planta un beso en la mejilla que falta. A lo largo del día van cayendo más besos: en la despedida de Momo, en la recogida, en otras despedidas y en otras recogidas, cuando leemos juntitos un cuento, cuando le cojo en brazos porque está cansado o porque sí, cuando está comiendo y le apetece darme un beso, cuando se le están cerrando los ojillos por la noche, o por nada, porque sí… Mi sola presencia le incita a darme un beso. Un trozo de mi piel al descubierto, aunque no sea la cara, también. No ocurre lo mismo con su padre. Es como si se recargara con los besos que me da y así pudiera seguir con sus quehaceres. También me gusta pensar que todos los besos que no me han dado, que echo en falta de mis padres, me los da mi hijo, que son para rellenar ese hueco. Una vez más mi hijo me regala vida.

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