Amor imposible

Amor imposible

Patricia

04/03/2021

Una de las mejores sensaciones que puede experimentar el ser humano es amar y ser correspondido. Y, honestamente, creo que lo peor es justo lo contrario. Desde los quince años ya sabía lo que era amar con locura. Pensaba que aquel dolor para el que no existen medicinas me iba a matar. Que el tiempo todo lo cura, dicen. Y yo pensaba que eso solo lo dicen aquellos que no están enamorados.

En aquel momento creía de una manera ciega y un poco absurda en el amor: idílico e irreal. Creía que realmente existía uno verdadero y para toda la vida. Y ese pensamiento me hacía creer que jamás podría remplazar a mi amor imposible.

Un día como otro cualquiera el profesor me pidió salir a la pizarra y leer lo que había escrito. Con un nudo en la garganta, leí en voz alta:

“Si no existiera el miedo, seríamos capaces de lanzarnos al lago desde la montaña solo por las ganas de mojarnos los dedos de los pies. Conseguiríamos tantas cosas que ni una vez hemos intentado.

Podríamos mirarnos cada mañana al espejo, convencidos de que hoy es el día. Y solo bastaría con una ínfima posibilidad.

Sin embargo, somos cobardes. Necesitamos un salvavidas que nos proteja el corazón del hundimiento. Si pudiésemos correr descalzos sobre las brasas con la certeza de no quemarnos ni un poco, los amores imposibles, no serían imposibles.”

Aquel día, una vez más creí ver algo en la forma en que me miraba. Pero al final, siempre concluía para mí misma que solo era mi imaginación de boba. Sentía vergüenza cuando casi cada tarde, pillaba a mi madre mirándome a escondidas. Estaba preocupada por mi actitud. Lo que ella no sabía, es que dentro de aquella niña despistada bombeaba un corazón a una velocidad inhumana.

Cada mañana despertaba envuelta en un pánico desmedido. Cada vez más hombres de todas las edades estaban siendo enviados al frente, fuera cual fuera su oficio. Y, de repente, aquella mañana: -El profesor Carrasco no va a venir más-.

En mi interior, un dolor inmenso. Una llama encendida en el estómago. Salí como pude de la clase, del colegio, corrí sin saber a dónde iba. Aún con la visión borrosa y el sentido nublado me di cuenta que había llegado a la estación de tren, donde decenas de señoritas despedían a sus hombres.

Entonces le vi. También él contemplaba desde dentro del tren las escenas de amor. Cuando reparó en mi presencia, no movió ni un músculo. Parecía enfadado, ni siquiera sorprendido. Cuando ya esperaba su reprimenda, sonrió. Y yo también sonreí. Y sacó la cabeza por la ventanilla. Y me acerqué. Y me besó apasionadamente.

No nos dijimos nada, y el tren partió hacia su destino, inevitable y potencialmente mortal. Nos miramos hasta que la distancia lo impidió. Y desde entonces, aún hoy los nervios, el bombeo frenético del corazón y la niebla en mis recuerdos me impiden recordar si ocurrió de verdad o fue solo un sueño.

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