Dieciocho besos de sardina

Dieciocho besos de sardina

Jimmy

28/02/2021

La Coquette

—¡Soy feliz como una perdiz, papá! Un beso, dos besos…

Acabo de salir de la Coquette con mi amigo y su hija Beatriz, mi sardina preferida. Mi amigo, casi mi hermano, me guiña un ojo mientras sujeta a Beatriz que le come a besos, colgada de su cuello. El eterno sombrero vaquero de cuero de Beatriz espera en el suelo. Tras la puerta del garito el saxofón coquetea aún con la batería, y a la guitarra eléctrica le arropa suave el contrabajo. «Beatriz, ya eres mayor de edad ¿qué quieres de regalo?» le preguntó mi amigo hace días. «Conciertooo, papá». Yo también habría elegido concierto.

—…siete besos, ocho besos…

Mi amigo me guiña un ojo como en la foto de la fiesta vaquera, la que les hice en la playa, la mejor foto que he hecho en mi vida. La tienen en el salón de su casa, junto a la Fender Stratocaster y las fotos de los monstruos. «Beatriz ¿cómo se llaman los monstruos?» pregunto cada vez que voy de visita. «Monstruo Hendrix, Maese Santana y San Eric Clapton» le enseñó a decir hace años mi amigo.

—…once besos, doce besos …

Recuerdo que la Fender nos costó un verano sin vacaciones escolares. Un verano sirviendo copas, los dos. La compramos a medias, de segunda mano. Era mi amigo quien la guardaba. Muchas noches, antes de cada examen, quedábamos para estudiar. Sus padres le despedían con guasa: «A estudiar a casa de tu amigo ¿no? con la guitarra al hombro».

—…quince besos, dieciséis besos…

A veces le digo «Beatriz es una sardina, campeona en su piscina». Nunca se me dieron bien las rimas, por eso nuestras canciones apenas tenían letra. «Enséñame tus medallas de natación, que me las llevo, para venderlas en el Rastro» le bromeo. «¡Ja, tú flipas!». Les aconsejaron piscina, para que fuera ganando tono muscular. Beatriz ganó tono y salió toda una sardina campeona.

Mi amigo me guiña un ojo, como en la foto de la fiesta vaquera: Beatriz en su carrito, sobre la playa, tiene los ojos casi tapados por el gorro vaquero de cuero que, ahora, sigue esperando en el suelo de la calle. Mi amigo me guiña un ojo en la foto mientras le hace morritos a Beatriz y toca la guitarra al atardecer. La luz del camping gas les ilumina los ojos rebosantes de alegría. Alrededor, baila la tribu de primos y amigos, y Beatriz alza los brazos imaginando dar aplausos. Minúsculos granitos de arena flotan dentro de la foto.

—…diecisiete besos y dieciocho besooos.

Ahora recuerdo el primer día, en su carrito, en el parque. «¿Cómo la vais a llamar?» pregunté a mi amigo. «Beatriz… No sé si de mayor le va a gustar la música» me respondió, con la voz quebrada. «Es Síndrome de Down». El agua de la fuente sonaba cantarina. Nos miramos a los ojos y, sin saber bien qué decir, nos abrazamos. Torpemente, le susurré al oído: «Beatriz rima con feliz».

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