DISSIMULATOR OSCULUS

DISSIMULATOR OSCULUS

El apuesto Giovanni Grossi es alto, rubio, ojos azules y piel bronceada.

Su rostro juvenil afeminado contrasta con la severidad de la túnica negra que le llega hasta los pies.

— ¡Has sido bendecido Giovanni! Eres tú el elegido como guardia personal del purpurado Giulio De Luca.

—Se han fijado en ti porque eres el más preparado, según los gloriosos del Colegio Eminentísimo.

« ¡Pobres mentirosos, blasfemó calladamente!»

Giovanni esconde debajo de su solemne vestidura, una cruz de plata que frota con disimulo. Es un regalo de sus padres, bendecida con agua sagrada por el prior del convento cuando ingresó para iniciarse como servidor de la Mater Ecclesia. Lo usa no solo como talismán para protegerse de las tentaciones de la vida terrenal, sino de los artilugios de los purpurados insignes, de sus lascivas risas con vaho a vino de consagrar y de sus comentarios soeces y humillantes.

Fue sumergido a la fuerza en la vida clerical hostigado por sus padres quienes veían en él, al redentor de la familia, para liberarlos de una cruel maldición heredada de unos de sus antepasados.

Él era un chico de alma tierna y espíritu poético que calmaba sus sueños y pasiones refugiado en la lectura y la música. Soportó con estoicismo, en los primeros tiempos de su vida en el claustro, el encierro en una celda de tres por tres y sin un espejo en que mirarse. Sin aflicción, duraba largas horas sumido en el silencio y privado de todas las comodidades que le había brindado su pudiente familia. Como una oveja que se dirige al matadero sin chistar y, bajo juramento, arrodillado ante un sangrante crucifijo de madera, aceptó las privaciones impuestas en los votos de pobreza. Sin embargo, no entendía por qué él, un joven de apenas dieciocho años, había sido lo oveja expiatoria de un travieso y pecaminoso antepasado que jamás conoció. Además, nunca había manifestado vocación de ascetismo ni tampoco se le cruzó por la mente dedicarse a Dios, los ángeles, los santos o las vírgenes: a esas cosas místicas en las que no creía.

Sintió profunda lástima no solo por los que pretendían ser salvadores del Reino Sagrado y guías de fe, esperanza y caridad, sino de los fieles que calladamente eran sometidos por los tiránicos dignatarios, a despojarse de sus bienes para enriquecer la Tiara Romana.

Giovanni, con los ojos completamente abiertos, contempló cómo el jerarca Paulo Di Silvio se levantaba de su elegante silla canóniga y se dirigía con apestosa ceremonia hacia el centro de la estancia privada dónde él lo escuchaba en silencio y con aparente veneración.

¡Se sintió en peligro! como Pedro caminando sobre las aguas…

Con engañoso acento paternal le dijo palabras tiernas, muy impropias de un Mandatario de su estirpe, mientras le alargaba la mano para que, en señal de respeto, humildad y obediencia, besara el simbólico anillo sacerdotal.

Giovanni se postró y de reojo, pudo apreciar por debajo del pervertido faldón purpúreo, una erección mal disimulada.

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