En cuanto escuchaba cantar las doce del sereno, Manuela Matus se asomaba cada medianoche a su balcón suplicando por un beso. La besaba el silencio, la besaba el sopor, la besaba la desolación, la besaba -al pasar- el tiempo, pero el beso soñado…

Hiela todo afuera y ardo yo por dentro. ¡Ay, qué no diera en esta noche por un beso! Lo que sea. Mi cuerpo intacto, mi alma si pudiera.

Una noche helada, sintió mucho calor, y al escuchar un “toc, toc” en su ventana, su corazón se aceleró. Virgen en eterna cuarentena, desabrochó su refajo de satín y caminó hacia el umbral de esa última esperanza. Entreabrió las cortinas y se sorprendió por lo que vio, y creyó escuchar.

¿Qué es eso? ¡Un cuervo posado en el farol! Grazna como murmullo de viejo y pareciera que me dice: “nunca más, nunca más”. ¡Ay, qué no diera por un beso!

Se retiró del balcón, más desasosegada aún. Dejó pasar otro lapso de tiempo. Tocaron de nuevo. El cuervo graznó aún más fuerte: “Nunca más, nunca más”. Manuela se niega a creer que es el ave quien le habla. El sopor la hace delirar.

¿Y si es Él ? Simplemente Él, depositario destinado a este beso nunca dado que me oprime las entrañas. Me atrevo, me asomo. Sea, pues.

¡Es Él! Desnudo, aterrante, sádico. Su sexo pende amenazante. El horror estuvo a punto de apresarla. Contuvo el grito. No era tal y como lo esperaba. Si era azul, pero de un azul intenso como la noche. Era aterradora y sensualmente indescriptible. Seductoramente mortal. “Eso” -¿qué era eso?- que irremediablemente le quemaría los labios y le absorbería…

¡Ay, qué tentador! Labios de animal nocturno, pectoral de hierro hirviente, hedor insoportablemente embriagador. ¿Así huele el infierno? No puedo, no debo. Me quemo.

“Eso” adquirió forma de ángel nocturno. Voló hacia el balcón. Las ventanas se abrieron azotando al silencio. El viento rugió. Manuela, desnuda también, y con las ansias encendidas.

Me raspa su lengua, me asfixia su olor, me enciende su viscosidad, me perfora el alma. ¡Ayyyyyy, que me muero por uno de sus besos!

Al amanecer nadie supo exactamente qué pasó. Yaciente su cuerpo, aferradas sus manos a los barrotes del balcón, con los ojos entreabiertos, el semblante petrificado, los labios marchitos. Dicen que Manuela Matus murió a causa de un único beso.

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