He dudado entre dos películas y un corto.
De dibujos animados eran «Kirikú y la bruja» y «Cuerdas». La otra película es por la que me he decidido finalmente. Se llama «Powder».
En «Cuerdas» no hay beso patente aunque toda la animación es como si continuamente se estuviera produciendo esta expresión cariñosa. Lo mejor de aquella son las escenas del baile y la última, en la que aparece la niña transformada ya en una maestra dedicada a niños especiales, con la cuerda del que fue su amigo anudada a la muñeca. Esta historia tiene una base real que la hace ternísima.
En el caso de «Kirikú», el personaje, niño rural africano muy recursivo, se hace querer por su valentía, generosidad y decisión. Se transforma en el salvador de la aldea por su inteligencia (eliminación del monstruo tragón de agua) y por su evolución en hombre tras el beso de la bruja Karabá, a quien alivia arrancándole la espina que la volvía malvada. En este caso el beso es catártico (no deja de ser un relato mágico) y la resolución posterior es de tipo positivo e integrador.
Sin embargo la humilde cinta de «Powder» es la que elegí por lo que se supone es un canto al sentido vital de la existencia global, en general, donde todos los seres están en comunión energética y sólo se precisa de un roce físico para entrar de inmediato en una profunda conexión sensorial interna.
El protagonista, extraño, algo retraído, albino, con ciertas peculiaridades que le hacen notable, viene a ser como un profeta, una criatura solidaria con el entorno, sus problemas (generados por los humanos, en el caso de la escena del ciervo muerto por un cazador) y sus necesidades.
Su beso es una transferencia amorosa inmediata tras el correspondiente intercambio emocional producido por las suavísimas caricias de sus ambas delicadas manos.
El beso aquí es un contacto de índole casi mística, una vez resuelta la timidez gracias al infinito poder de la comprensión y del amor.
El final es sorprendente y está acorde a la intención de elevar al personaje y su discurso a un plano superior, con la consiguiente transformación axial. La luz es la guía. La energía, el motor. El amor, la música de fondo.
Debo decir que, en sueños, alguna vez tuve una experiencia benéfica, imagino similar, al recibir besos (en ese estado onírico) de personas ya fallecidas.
También quiero reconocer que creo he conculcado, de algún modo, la norma de los tres minutos del video por más que interpreto como necesario ponerlo tal cual me viene dado. De algún modo sigo la recomendación que reza en la convocatoria: «pueden combinarse los tres registros hasta superarse en cada caso sus máximos».
Lo importante sería no la opción del premio sino la posibilidad de hacer llegar con la mayor claridad posible mi convicción de que en algún futuro próximo vamos a poder tocarnos, besarnos, querernos y volar hacia lugares en donde no haya más muerte y dolor.
Gracias por vuestra paciencia.
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