EL BESO INESPERADO

EL BESO INESPERADO

Bonifacio Medina

07/02/2021

Ramiro se iba al cielo. Sus cinco añitos radiantes se eclipsaron cuando sin presentar ningún síntoma ni tener dolores, fiebre o convulsiones, cerró los ojos imprevistamente y dejó de respirar.

Al dolor primero de los padres suplantó luego la alegría, porque su hijito querido iría al paraíso a velar por ellos junto a Tata Dios. Prepararon el velorio de prisa, angustiados pero felices porque su pérdida representaba también regocijo en el mas allá. Ramiro sería su representante celestial, muy lejos, adonde únicamente las almas puras podían llegar…

Al caer la noche, apenas las sombras cubrieron paulatinamente todos los rincones de la pampa ondulada adonde Pancracio y la Imelda habían construido su rancho, fueron llegando los gauchos de las vecindades para homenajear al angelito. Las guitarras sonaron rítmicamente, y se escucharon las primeras risas y cantos. En medio de la algazara podía oírse algún gemido, aunque todos sabían que no podían llorar esa muerte prematura. ¿Acaso el gurí no iría a unirse con la divinidad y desde allí velaría por todos ellos?

Pancracio, el padre, era un gaucho que sintiéndose explotado por su patrón terminó matándolo a cuchilladas cuando le negó una suba de salarios, y después asesinó otros incluso sin justificación, por lo que tuvo que huir a las tolderías de Cutralcó, en medio de la pampa, adonde después conoció a Imelda, cautiva hija de cristianos de Achiras. En medio del salvajismo se enamoraron y decidieron huir juntos, aunque ella estaba amancebada con el cacique ranquel Cuanthrincosa y volver al mundo civilizado no era ventajoso para Pancracio al ser un proscripto.

Pero lograron burlar indios y cristianos, asentándose en una zona poco conocida entre provincias, adonde construyeron una humilde morada y tuvieron hijos. De ahí que esa noche festejaran su primer velorio del angelito. Sus otros hijos no habían sido tocados por la fortuna celestial y todavía gozaban de salud.

El angelito parecía sonreir desde su pequeño sitial de honor. Llevaba un pañuelito blanco que le había traído su padrino Eusebio. Tenía puesta una bombachita gauchesca también blanca, ajustada al cuerpito con un cinto pampa. Los bracitos cruzados sobre el pecho, tocando cada mano el hombro contrario. En la cabeza habían improvisado una coronita celestial, símbolo del nuevo destino.

Cuando Pancracio se acercó a su carita exánime para darle un beso de despedida, se sorprendió al rozar enternecido su mejilla, sintiendo el suave respirar exhalado por su naricita. Porque inesperadamente, Ramiro volvió a respirar. Abrió sus ojitos y se agitó lentamente, tratando de comprender lo que sucedía…

Pancracio se crispó en un rictus mortal… Fue tal su sorpresa que entró en una parálisis provocada por el espanto de esa reacción inesperada. Sus rodillas cedieron bajo su peso, rodando cuan grande era por el suelo. En su mejilla sintió un aliento nauseabundo, y algo descarnado que presionó levemente su rostro.

Era la MUERTE, quien comprendiendo sus muchos méritos, salió del angelito decidida a ingresar a su cuerpo a través de ese beso, sellando su destino por toda la eternidad…

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