Y voló…

como vuelan los besos que nunca dio.

Felicidad  nunca había besado en los labios a un hombre, tampoco a una mujer. No tenía hijos y hacía muchos días que su única compañía era la televisión.

Sentía cosquillas y lloraba en su soledad cada vez que un beso sonaba en la pantalla y se creía la protagonista fuera quien fuera el mensajero.

Un día cualquiera del mes de Mayo comenzó a escribir una carta cuyo única destinataria sería ella o, al menos, esa fue la intención.

Se contó la de veces que se fue a la cama de niña sin decir a sus padres que les quería con toda su alma, la de veces que se guardó esos besos que no dio en el cajón de la mesita de noche, esa mesita que ahora está a punto de reventar de amor. 

Relató cada beso que se guardó por miedo, por vergüenza, dejadez. 

Cada línea de tinta flotaba con las lágrimas que resbalaban por sus mofletes arrugados. 

¡Qué sóla se sentía y lo que hubiera dado por un beso de verdad en esos momentos! 

Un beso…, tan sólo uno.

Todos los días salía al balcón  para recibir el roce del aire. 

Cada semana, uno más perdido, escrito en una carta que nadie leería. 

Ya en  enero era toda una coleccionista de besos guardados, como en la canción.

Era tanta la necesidad que sentía por uno que sólo se le ocurrió abrir el cajón de la mesita para recibirlos todos de golpe…y los besos volaron como lo hicieron sus palabras del papel, como lo hizo su corazón en la soledad de una vida que abrió las ventanas demasiado tarde.

Aún recuerdo el día en que un trozo de su carta se posó en mi cara, como dándome uno de esos besos que ella guardó con mimo.

Cosí los pedazos y la busqué para darle todos esos besos que no recibió pero tampoco dio. 

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