El último beso de Sandy

El último beso de Sandy

A.H. Ucán

05/02/2021

Es de noche, Raúl viaja en su enorme camioneta. 

La carretera de asfalto negro es bordeada por matorrales; la franja blanca que divide el camino en dos, brilla intensamente bajo las luces de su troca.  

Raúl es abogado de profesión y le gusta mucho la pelea de gallos, cuando consiguió un trabajito extra como representante legal de un famoso gallero de la región de Mixtequilla no podía estar más feliz. Esta noche volvía de un palenque en que requirieron sus servicios.

En la radio suena El listón de tu pelo. Normalmente Raúl cantaría la canción a todo pulmón. Hoy, sus pensamientos de éxito hacen que la música sea sólo ruido de fondo.

«¡Bien! Las primeras cheves con don Óscar, de aquí p’arriba»

Está por llegar al crucero a Tehuantepec, la carretera está bloqueada por un grupo de tres camionetas más grandes y lujosas que la suya. Se trata de un famoso retén al que los habitantes de la región ya se han acostumbrado, son la autoridad de facto de esa plaza.

Raúl se detiene.

Con la cacha del cuerno de chivo le tocan el vidrio y lo invitan a salir. Obedece sin dudar, es mejor así.

Entre los sujetos armados, Raúl reconoce a Gabriel, uno de sus amigos de la infancia. Raúl lo saluda, Él devuelve el saludo con firmeza.

—Me enteré que es usted el famoso «Lic».

—Y tú el famoso «Limón», ¡no cambias cabrón!

—Pero usted sí, mi Lic ¡Mírese!, ¡chupando ya con el patrón! …— dijo Gabriel mientras inclina ligeramente la cabeza, los otros sujetos revisan la camioneta como mera rutina.

—¿De qué me hablas?

—No se haga, mi Lic ¿A poco no sabía que él es mi patrón? Si ya le hizo unas chambitas.

—Entonces él, él es ¡El diez! ¿Es en serio?

—Si, y no le malgaste el nombre que el patrón es muy séntido ¡chitón!

 —¡No quiero tener nada que ver con él!

—Muy tarde, Lic, ya sabe su nombre y hasta le dió chance de echarse unas ¡No cualquiera! ¡No sea pendejo no lo desprecie!

—¡Chingada madre! ¡Ya te dije que no quiero nada que ver con él! —dijo Raúl pálido de la impresión e intentó meterse a la fuerza a su camioneta que seguía siendo flanqueda por varios sujetos armados.

Gabriel sacó del bolsillo trasero del pantalón un radio de onda corta. 

—No quiso, patrón.

—Dale tres minutos — Se escuchó en el radio.

—Ya oíste al patrón.

Raúl no necesitó analizar la situación ni ganar tiempo. Hizo lo que cualquier otro de sus paisanos sabe se tiene que hacer. Subió a su camioneta y aceleró a la máxima velocidad posible. Casi choca con varios vehículos, ninguno de ellos se atrevió a tocar el claxon al ver por el retrovisor a las otras camionetas.

Pasan exactamente tres minutos entre la apertura de la puerta de su casa, el acceso a su dormitorio,  el forcejeo de Sandy por ser despertada con un violento beso, el abrazo sofocante y la ráfaga de balas que matan al matrimonio. 

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