Beso de colibrí

Beso de colibrí

La endurecí apuntando el final hacia el cielo, creando una cucharilla de plata la acerqué vacilante, húmeda y temblorosa como un animalillo asustado hasta rozarte apenas. Un calor húmedo y un sabor acre, áspero y polvoriento como de tabaco agrio me impregnó. Retrocedí para contemplarte con sorpresa, dudando por última vez. La esponjé y te cubrí con ella, aquella orografía rugosa como una flor marchita –que sabía a flor marchita, a libro antiguo y a refresco de vinagre–. Balanceándome me recreé en sus sabores profundos: brotaban como chispas o calambres y se fundían al final, y yo notaba tu corazón palpitándome, tu carne de costura palpitando como un astro de acero.

Mi lengua, mi lengua como ojos, como manos, como instrumento firme, mi lengua de trapo y surtidor. Mi lengua ahora presionando el límite, asomando apenas en pendular movimiento al otro lado, visitando un universo de brillos y fermentos. Entonces, creando un circuito con los labios, acerco mi boca de pez, y hay un duelo de ventosas, una lucha que nos une por las tripas y entre los dos formamos una terrible figura de ciempiés.

Tu carne en dos mitades contraídas atrapa por momentos mi nariz negándome el oxígeno; yo sorbo y barro con mi lengua buscando lo dulce y tibio de tu centro; tú te retuerces como queriendo escapar y creas un cuenco con tu espalda, y miras a la lámpara del techo como a una luna llena; yo entreveo tu pelo a lo lejos chorreando por tu nuca, y sigo: una y otra vez el centro; una y otra vez sorber; una y otra vez tu sabor y tu pulso de sangre, su respiración de animal herido contra mi lengua.

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