Conocí a Adriana en mayo del 2000 en la Ciudad de México, en un curso internacional convocado por la UNESCO. Desde el primer momento en que la vi, quedé cautivado por su belleza física, después, su manera de ser, abierta y transparente, me mostró también la hermosura de su alma, por lo que quedé totalmente enamorado de ella.
Una noche, al acompañarla al lugar donde se hospedaba, le pedí un beso, el cual me negó rotundamente. Ella tenía novio en Costa Rica, yo estaba en una relación tóxica.
Cuando a la mañana siguiente me acerqué a pedirle disculpas, ella me trató como si nada hubiese pasado, con cariño y amabilidad.
El curso terminó y yo quería prolongar el tiempo a su lado. En mi mente daba vueltas una y otra vez la canción de Cantoral: “Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer. Ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez…”. Quise invitarla a cenar para estar más tiempo juntos. Ella sabía lo difícil que sería la despedida, por lo que decidió el adiós en ese momento. En el autobús de regreso a mi ciudad, durante las 6 horas de viaje, lloré como un niño su partida, pensando que nunca jamás nos volveríamos a ver.
Afortunadamente para mí, estábamos ya en plena era de la información y la comunicación, y yo tenía su teléfono y correo electrónico, por lo que empecé a escribirle diariamente y a llamarla de manera ocasional. Ello nos sirvió para conocernos mejor. Yo le seguí expresando mi amor y ella, poco a poco, comenzó a corresponderme. ¡Por fin nos hicimos novios! ¡Ciber-novios! Pero, como dice un dicho mexicano: “Amor de lejos, amor de pendejos”, ¡teníamos que reunirnos de nuevo!
La condición que su familia le ponía a Adriana para venirse a México era que ya tuviese el trabajo asegurado y un lugar dónde vivir. Ella peregrinó a Cartago a pedir el favor de la Virgen de los Ángeles, yo hice lo propio con la Virgen de Guadalupe.
La ayuda no se hizo esperar, se dieron una serie de sucesos increíbles y milagrosos que favorecieron lo que necesitábamos: un empresario griego es enviado por Xerox a mi ciudad y nombrado asesor por el gobernador del estado, a su esposa salvadoreña la ponen al frente de bibliotecas. Cuando llego con ella a solicitarle el trabajo, acabo por sincerarme y ella, reconociendo la laboriosidad de los ticos y la necesidad de una Licenciada en Bibliotecología le da el trabajo y ofrece su casa para hospedarla.
El reencuentro se dio en México en noviembre del 2001. Cuando llegué por Adriana a su hotel, todas esas ansias de amar, acumuladas por tanto tiempo, estallaron en un profundo y prolongado beso.
Esa noche, en un brindis en el alcázar del Castillo de Chapultepec, bailando como en la canción de Dalma: “abrazadísimos los dos, acariciándonos, sintiéndonos la piel”, con la luna y estrellas como testigos , sellamos nuestro compromiso de amor con un sentido beso, inicio de nuestra vida en pareja.
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